Y me senté en la silla de
siempre, para comer en nuestra mesa, como un día cualquiera. Pero tú no
estabas, hacía tiempo que habías dejado de hacerlo. Y ahora ya no puedo ver
cómo te enredas el pelo en tu dedo mientras trabajas, o como me sonríes al
darte cuenta de que te he estado mirando. Ya no me sorprenderás con el desayuno
o me llevarás a cenar cuando tenga un mal día.
Ya no estás y ahora solo me
acompaña aquella carta que me escribiste, aquella carta que me destrozó por la verdad
que escondía. Aquella que me relataba lo que me negué a ver hasta que fue
demasiado tarde.
“Querido Patrick:
No puedo más, he intentado mejorar nuestra situación pero algunas
cosas no tienen solución. Fuimos unos amantes de lo iluso al pensar que podría
funcionar. No sabemos querernos bien…
Ambos tuvimos fallos no voy a culparte sólo a ti, pero me he dado
cuenta de que ya no existe un nosotros. Lo que fuimos se perdió en aquella
tarde en la que me aleje de ti esperando que me detuvieras y no lo hiciste. O
en aquella llamada que necesitabas y que yo no hice por orgullo. Nos perdimos
en todas esas discusiones sin finalizar antes de irnos a la cama. En la falta
de confianza en nosotros. Nos perdimos al ser cobardes y asentarnos en la
rutina…
No puedo seguir luchando, estar juntos debería ser fácil, un
refugio... Pero hace tiempo que no somos nada de eso, ahogamos nuestra relación
en un mar de discusiones, para matarla con la fría indiferencia que la siguió
después.
Así que me voy, no me busques y hagas las cosas más difíciles. Trata
de ser feliz.
Te quiere,
Katherine”
Te fuiste con una carta y ahora
sentado en nuestra antigua mesa, repaso tus palabras. Aquellas en las que me
dices que nos perdimos, ojalá me hubiese dado cuenta de las señales antes de
que desaparecieses, definitivamente, cerrándonos la puerta.
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