12 dic 2016

Recuerdos entre los escombros

Era febrero de 2016 y había conseguido graduarme en Periodismo hacía cinco meses. Sin embargo, como le ocurre a mucha gente, había empezado a dudar sobre si mi elección había sido la correcta. Me gustaba escribir, pero hacía tiempo que ningún tema conseguía llamar mi atención. Sabía que tenía suerte por tener un trabajo, pero mis reportajes como freelance se me antojaban vacíos y carentes de vida. Yo quería escribir sobre algo que obligase a mis lectores a fijar su atención entre las páginas, buscaba algo desconocido, algo que impactase, que conmoviese, que llamase la atención… Pero estaba muy lejos de encontrarlo. Puede que, quizá por eso, decidiese caminar aquella tarde de febrero para despejar mis pensamientos y desconectar del sentimiento de fracaso que me inundaba.
Paseaba por Madrid y mis pies me condujeron hasta Ciudad Universitaria, allí encontré un banco de piedra cerca de la Facultad de Ciencias de la Información y me senté a observar a aquellos que pasaban frente a mis ojos. Algunos mostraban ilusión, otros desgana, en los ojos de unos cuantos pude ver los efectos de una noche de fiesta que ahora pasaba factura… A pesar de todo, por lo menos tenían algo que hacer con su vida mientras que la mía se encontraba en punto muerto. Enfadada con mi situación me levanté y bajando las escaleras que tenía a mi izquierda caminé y me senté junto al muro de la facultad. Una vez allí me perdí en mis pensamientos, la autocompasión estaba comenzando a hacer mella en mí cuando unos agujeros en la pared llamaron mi atención, en parte, porque no tenía ni idea de cómo habían llegado allí. Sí, antes de que lo digáis, la verdad es que no poseía amplios conocimientos del lugar en el que me encontraba. Bueno, volviendo a mi historia, no conocía su procedencia, pero algo me decía que escondían algo importante por lo que a pesar de alguna mirada extraña de los estudiantes comencé a fotografiar minuciosamente aquel muro. Mientras me movía, una roca incrustada despertó mi curiosidad ya que parecía no encajar en ese lugar. Agachándome la moví y, para mi sorpresa, ésta se desprendió. Bajo ella encontré una pequeña cartera de cuero, estaba desgastada, como si hubiese permanecido escondida durante demasiado tiempo. Podría haber dejado el objeto en su lugar, sin embargo, lo guardé cuidadosamente en mi bolso y decidí regresar a casa. No sabía qué podía haber en su interior, pero algo me decía que por fin había encontrado mi historia.

Decidí regresar en metro, muchos dirían que era un agobio, pero a mí me encantaba. Era uno de los medios de transporte donde podía sentarme e imaginar la vida de las personas, ocupaba uno de mis puestos favoritos justo por debajo de las estaciones de tren o los aeropuertos. Mi compañera de piso decía que tenía alma de escritora, pero pienso que se equivocaba. A todos nos gusta imaginar la vida de los demás, es uno de los escapes más sencillos cuando quieres huir de tus propios pensamientos. En esta ocasión no necesité observar a nadie, mi mente se encontraba concentrada en el objeto que había recuperado. ¿Qué podría ser? Sin lugar a dudas, quien lo ocultó, no quería que fuese descubierto. Quizá había hallado el mapa de un tesoro, sería como Jack Sparrow por la capital, solo que en una versión más femenina y menos alcohólica que el famoso personaje. Esa idea me hizo reír lo que provocó miradas molestas en mi dirección por parte de los otros pasajeros. Algo avergonzada pero completamente ilusionada, decidí guardar mis divagaciones hasta que me encontrase sola en la comodidad de mi habitación.  
Dicen que el tiempo siempre pasa más despacio cuando deseas que se adelante, puede que por eso el viaje de veinte minutos que conducía hasta mi hogar, me parecieran horas. Cuando llegué a casa, la suerte tampoco estuvo de mi parte, mi compañera de piso, Nora, decidió que su deber era sacarme de fiesta porque estaba comenzando a convertirme en una viejoven. Si se tratase de cualquier otra persona, habría intentado resistirme, pero Nora siempre conseguía lo que quería, así que me evité el debate innecesario. Tras colocarme mis vaqueros y camiseta favoritos, me puse unas botas, un poco de maquillaje y la seguí hasta la puerta. En menos de unas horas estaba sentada en una barra con un Gin Tonic en la mano. No me malinterpretéis, no es que sea una chica asocial o aburrida, lo que ocurre es que mi idea de una gran noche guarda más relación con un buen libro que con música elevada y personas  ebrias. A pesar de todo, me divertí, nadie era capaz de aburrirse con Nora.
Tuvieron que pasar tres días hasta que por fin tuve tiempo de abrir la cartera, había estado ocupada cubriendo una noticia y no habría podido centrarme bien en mi descubrimiento, por lo que decidí esperar. Sin embargo, había llegado el momento de saber la verdad, deslizando la cinta que la mantenía cerrada, observé su interior. En ella se encontraba una vieja foto desgastada de una mujer joven. La imagen estaba doblada por gran cantidad de lugares y el rostro de la muchacha se hallaba desgastado, como si alguien lo hubiese acariciado demasiadas veces. La chica era bonita, en la imagen sonreía a la cámara con una expresión de paz que se contagiaba al observarla. Su vestido, sencillo, cubría un vientre redondeado que protegía con sus manos. No pude evitar devolver la sonrisa a la fotografía, junto a ella, había un par de hojas arrugadas. Estaban escritas a mano, pero la caligrafía del dueño de aquellas cartas era tan bella que, a pesar del tiempo, era posible reconocer cada palabra. Por unos instantes dudé sobre si leer el contenido de aquel papel, parecía algo personal. Sin embargo, mi personalidad curiosa venció a mi recelo. La primera decía: 


Una lágrima se deslizó por mi mejilla mientras leía aquellas palabras, que no iban dirigidas hacia mí, pero que hicieron mella del mismo modo. Conocía la Guerra Civil, por supuesto, pero no sabía todo lo que había ocurrido en la Ciudad Universitaria. Lo investigaría más tarde, por ahora sólo podía preguntarme qué habría sido de aquel hombre. ¿Llegaría a reunirse con su familia? O por el contrario, ¿pereció entre las ruinas? Si fue así, ¿conocería su mujer su destino? ¿O se vio obligada a vivir con las dudas? Mientras dialogaba conmigo misma, me di cuenta de dos cosas: la primera era que aún me quedaba una segunda carta y la segunda que creía haber encontrado mi vocación. Cuando resolviese este misterio, investigaría sobre aquellos héroes del pueblo que nacieron en la época equivocada, rescataría sus historias para que no cayesen en el olvido. Les devolvería la vida.
La segunda carta me devastó aún más que la primera:



No enseñé a  Nora mi hallazgo, lo cual fue algo raro en mí. Sin embargo, consideraba el secreto de Marcos algo personal. Sentía que el destino me condujo hasta la facultad para que descubriese sus palabras, para que evitase que se perdiesen para siempre. Debía investigar qué fue de él, pero antes quise conocer más sobre la guerra que se llevó a cabo en Ciudad Universitaria. Descubrí que en 1932 comenzaron a construirse las diferentes facultades a partir de unos bocetos creados en 1928. La primera Facultad que nació fue la de Filosofía y Letras, sin embargo, debido al estallido de la guerra el 18 de julio de 1936, las obras se detuvieron. Ciudad Universitaria se convirtió en uno de los focos de la guerra, el frente que dividía a los bandos tan sólo fue de 50 metros, perteneciendo las ruinas del Hospital Clínico, el Instituto de la Higiene, las residencias universitarias, la Casa de Velázquez y el palacete de Moncloa entre otros, al bando franquista y los inicios de las facultades de Medicina, Farmacia, Odontología, Ciencias y Letras a los Republicanos. La segunda carta estaba fechada el día 3 de febrero de 1939 y el frente de Ciudad Universitaria cayó el 28 de marzo de ese mismo año, esperaba que Marcos hubiese sobrevivido.
Después de mi trabajo de investigación, recordé aquellos agujeros que me habían empujado a todo esto, ahora sabía que eran consecuencia de las balas. Me pregunté si los estudiantes que se paseaban en la actualidad por las diferentes facultades conocían su pasado o si al igual que yo, permanecían ignorantes a todo lo que se ocultaba entre aquellas carreteras y edificios. ¿Pensaría alguien en la cantidad de vidas que se perdieron en ese lugar mientras caminaban medio dormidos y con un café en la mano a sus clases? ¿Y qué hay de los supervivientes? ¿Alguno regresaría para recordar su pasado? ¿Podrían oír el sonido de las balas, las explosiones y los gritos si lo hicieran? O por otro lado ¿Igual preferirían alejarse y no regresar a ese lugar, palacio de sus pesadillas, nunca más? Cada vez tenía más preguntas por lo que tomé la decisión de detenerme y empezar a buscar algunas respuestas.
Busqué en las víctimas de la Guerra Civil, el portal de archivos nacionales en red fue de gran ayuda. Sin embargo, después de unas horas me di por vencida, aunque encontrase un Marcos, ¿cómo sabría que era el hombre de mi carta? Ni siquiera tenía un apellido. Mi siguiente paso fue tratar de averiguar el paradero de Amelia. Utilizando algunos contactos traté de encontrar a una mujer con ese mismo nombre que hubiese tenido un hijo entre 1937 y 1938. Pasé semanas tratando de encontrar alguna pista, las semanas se convirtieron en meses pero nada funcionaba. Exploré en listines telefónicos, pero parecía como si Amelia y Marcos nunca hubiesen existido. A veces me obligaba a mirar aquellas cartas y la fotografía, acariciando el rostro de la mujer para recordarme a mí misma que no estaba loca.
Una noche, la idea perfecta vino a mi mente. Tras mucha insistencia por mi parte, conseguí que un periódico nacional publicase una pequeña noticia y el inicio de la primera carta. El titular decía ¿Eres tú mi Amelia?, en el anuncio me presentaba y contaba una pequeña parte de mis descubrimientos. Esperaba que alguien conociese a la pareja o que alguno de los protagonistas de la historia se pusiese en contacto conmigo. A los tres meses sin ninguna respuesta perdí la esperanza, seguía mirando la carta pero cada vez lamentaba más no haber podido saber la verdad.
Era  jueves por la mañana cuando un número que no conocía me llamó, al responder la voz de un hombre me recibió:
—¿Es usted la señorita Olivia Rodríguez? —preguntó.
Así empezó el inicio de mi nueva vida. La voz correspondía a Alejandro Fernández, el hijo de Amelia y Marcos. Él me puso en contacto con su madre, una mujer mayor que, aunque fuese años tarde, pudo reconciliarse con su pasado. Nadie sabe qué fue de Marcos, pero al menos sus seres queridos conocieron sus últimas palabras. Su historia me condujo a querer investigar más casos como los suyos. Recuerdos entre los escombros fue el primer trabajo del que me sentí realmente orgullosa, me di cuenta de que una nueva yo había comenzado a florecer. Al final fui capaz de ver lo equivocada que había estado al pensar que era demasiado difícil encontrar información que mereciese la pena relatar. Con el tiempo, descubrí que todos los lugares no sólo se forman de historia, sino también de historias y que si eres lo suficientemente valiente como para arriesgarte a descubrirlas, puedes encontrar cosas maravillosas. 

12 jun 2016

Aunque no despiertes

—¿Por qué tienes que ser tan torpe? Sabes que no quiero hacerlo, pero te mereces un castigo.
Su madre le había acostado a las ocho. Sin embargo los gritos de él le habían despertado, era un hecho que ocurría a menudo. Aunque esta era la primera vez que podía escuchar cristal romperse. Preocupada se levantó y sujetando un pequeño pisa papeles bajó las escaleras. Jamás podría olvidar lo que vio. No quería hacer ruido, pero un alarido escapó de su garganta….

—¡Mamá!

Olivia Fletcher se levantó sobresaltada, hacía tiempo que los recuerdos habían dejado de perseguirla en sus pesadillas. Olvidarse de las pastillas para dormir había sido un error que no podía volver a cometer.
A las diez de la mañana Olivia se sentó en su escritorio y comenzó a archivar los diferentes casos del oficial O‘Connor. Mientras trabajaba una mujer entró en la comisaria, llevaba unas enormes gafas de sol y sostenía a una niña pequeña en su costado. Parecía alterada cuando se acercó a hablar con su compañero Dennis:
—Por favor, señor, tiene que ayudarme.
Dennis levantó la mirada de sus archivos y esperó. Al notar que ella no iba a seguir hablando preguntó:
—¿En qué puedo ayudarle?
—Hace un mes solicité una orden de alejamiento, pero mi marido nos ha encontrado y ha intentado llevarse a Jenny. Me dijeron que estaría a salvo, quise creerles a pesar de mis dudas, pero su hoja de papel no ha servido de nada —le dedicó una mirada desesperada mientras se quitaba las gafas dejando al descubierto un moratón sobre su ojo—. Va a matarme y ustedes solamente me dan un papel. ¿Cómo puede protegerme eso?, ¿pretende que se lo arroje a la cara cuando su puño se acerque? —notando que había elevado su tono, se calmó antes de continuar—. Por favor, no tengo a dónde ir, ayúdeme.
—No podemos hacer nada por usted, la próxima vez que vea a su marido, llame a una patrulla.
—Gracias por nada. Recuerde mi rostro, la próxima vez que lo vea, estaré muerta.
Tras la conversación, la mujer volvió a colocarse sus gafas y abrazando a su hija abandonó la comisaria.  Olivia la observó marcharse y después se acercó a su compañero.
—Deberías haber sido más sensible.
—¿Qué querías que hiciera? Conoces el protocolo tan bien como yo. Además, no eres más que una secretaria, ¿cómo te atreves a reprocharme?
Ella ocultó su odio lo mejor que pudo, tomando una respiración profunda, se calmó y con una sonrisa falsa cabeceó:
—Está bien. Pues déjame hacer mi trabajo y entrégame el historial con los datos de la orden de alejamiento para que pueda rellenar una ficha dejando constancia de la visita de la mujer.
Sin ni siquiera dedicarle una mirada, le pasó el archivo y se giró hacia la pantalla de su ordenador. Olivia regresó a su escritorio y comenzó a observar la denuncia. Cuando encontró lo que buscaba la cerró y la dejó sobre la mesa. La tarde pasó rápidamente y sin incidentes, estaba a punto de regresar a casa cuando el oficial O’Connor decidió llamarla a su despacho.
—Señorita Fletcher, la oficina central nos ha enviado una serie de casos que pueden guardar relación para que los investiguemos. ¿Sería tan amable de traérmelos inmediatamente cuando los reciba?
—Por supuesto, señor.
No habían pasado ni treinta minutos cuando un mensajero llegó. Olivia firmó la orden y se acercó a la puerta de su jefe. Iba a llamar cuando escuchó las voces de sus compañeros.
—El FBI me ha telefoneado. Creen que un asesino en serie se encuentra entre nosotros. Al principio nadie había notado nada, pero un joven policía se dio cuenta de que recientemente habían aparecido gran cantidad de hombres muertos. Analizando sus casos, han descubierto una similitud entre todos ellos. Sin embargo, no queremos que cunda el pánico, por lo que debemos ser discretos.
—¿Un asesino en serie? ¿Aquí?
Si Olivia se alteró con sus palabras no lo demostró. Debería haber entrado, pero algo la detuvo.
—Sí, además creen que podría tratarse de una mujer.
Dennis comenzó a reír a carcajadas.
—Por favor, Jack… ¿Has visto a estos tipos? Ninguna mujer podría hacer algo así.
El oficial O’Connor negó con la cabeza, sabía que Dennis era algo machista, pero había esperado que madurase con el tiempo. Estaba equivocado.
—El mayor error de un policía es subestimar a los posibles culpables. En muchas ocasiones el ingenio prima sobre la fuerza.
Su compañero estaba a punto de responder cuando Olivia entró.
—Lo siento, señor, acaban de llegar los documentos que me pidió —dejando la caja en la mesa se giró hacia los dos hombres—. Si no quiere nada más, me iré a casa.
—Sí, váyase. Nosotros también hemos terminado. Que pase una buena noche.
Tras un gesto de despedida, Olivia salió de la habitación.

Eran las once de la noche cuando una mujer entró en la Taberna de Lyon. Vestía una falda vaquera con una blusa de flores. Su pelo, sujeto en una coleta, dejaba al descubierto una bonita cara con forma de corazón cubierta por unas gafas. No era muy grande y destacaba en aquel lugar repleto de borrachos. Jim no entendía que hacía allí, pero su noche acababa de mejorar. La estúpida de su mujer había huido de nuevo, era el momento de encontrar una sustituta.
—Buenas noches, ¿qué hace una chica como tú en un lugar como este?
Ella levantó su rostro e ignorando su estúpida frase para ligar, lo miró con ojos inocentes.
—Soy nueva en la ciudad y volvía de visitar la escuela en la que voy a trabajar. Quería regresar a casa pero parece que me subí al autobús equivocado —Con una expresión triste se encogió—. Pensé en esperar a un taxi desde aquí.
Jim rio con disimulo, no podía haber encontrado a una chica mejor ni aunque la hubiese buscado. Ahora sólo tenía que conseguir engatusarla.
—Puedes usar mi teléfono, no me importa —dijo al mismo tiempo que sacaba el objeto de sus pantalones y se lo pasaba—. También puedes tomarte una copa de bienvenida conmigo y después te acerco a casa.
—Mi madre me enseñó a no hablar con desconocidos.
—Habrá que solucionar ese problema —Cogiendo su mano galantemente se la besó antes de continuar—. Soy Jim Phillips, ¿su nombre señorita?
—Kate Prescott —respondió ella ruborizándose.
Pasaron los días y Jim Phillips se convirtió en una constante en la vida de Kate, le llevaba flores, le invitaba a cenar… parecía el perfecto príncipe azul. Tras unas pocas semanas de relación le pidió que se mudase con él, cosa que Kate aceptó emocionada. Era un lunes por la noche cuando Jim volvió de trabajar, Kate no había preparado la cena y se encontraba tumbada en el sofá viendo una película. ¿Cómo podía ser tan desagradecida? Enfadado se acercó y la zarandeó cogiéndola del brazo.
—¿Qué es lo que crees que haces?
—Maldita zorra, me mato el día a trabajar y ¿ni quiera puedes tener la cena preparada cuando llego a casa?
—Sólo te pido que me respetes. Estoy cansado y es tu deber cuidar de mÍ cuando regreso.
—¿Por qué tienes que ser tan despistada? Sabes que no quiero hacerlo, pero te mereces un castigo.
—Sabes que te quiero, pero necesitas aprender la lección.
Apenas tuvo tiempo de esquivar su golpe, los recuerdos habían estado punto de aturdirla, lo que habría sido un error fatal. El primer consejo de su entrenador de defensa personal siempre fue que evitase los golpes, que se mantuviese firme hasta que pudiese atacar. Eso es lo que iba a hacer. Esperar hasta el momento perfecto.
—¿Qué haces cariño? ¿Vas a pegarme? No deberías enfadarme, sabes que sólo necesito un golpe.
—¿Estás seguro de eso? ¿Lo piensas porque soy una mujer inocente, verdad? Lástima que cometieras un error conmigo, yo no soy como tu mujer.
—¿Qué sabes de Sarah?
—Lo sé todo, te equivocaste al subestimarme y lo hiciste aún más al decidir poner la mano sobre cualquier mujer —la decepción nublo sus ojos mientras hablaba—. Deseé equivocarme y que fueras diferente, pero no eres más que otro monstruo. Se acabó, Jim.
Jim comenzó a reír, en serio esa mujer de metro sesenta creía que le tenía miedo. Él le enseñaría algo de respeto. No quería herirla, sin embargo, debía aprender la lección. Kate observó todo tipo de emociones en el rostro de él: que pasó desde la ira hasta la determinación. No era la primera vez que veía algo así, por lo que estaba preparada cuando se acercó a ella. Iba a golpearla cuando se apartó consiguiendo que él chocase contra la mesa. Un hilo de sangre comenzó a correr por su mejilla. Ella aprovechó ese momento para golpearle en el cuello. A continuación, con un movimiento perfectamente calculado le rompió la nariz. Estaba cansada así que acercándose a la encimera cogió una de las botellas de cerveza y se la rompió en la cabeza. Jim cayó como un peso muerto. Por un instante Kate sintió remordimientos, pero rápidamente desaparecieron. Hombres como él eran los culpables de que su madre estuviese muerta. Comprobó que no tuviera pulso y volvió al salón, allí sacó un pintalabios de su bolso y escribió en su pecho: “No quería hacerlo, pero merecía una lección”. 
Aquella misma noche Kate eliminó cualquier rastro de la casa del hombre y desapareció. A la mañana siguiente Jack recibió una llamada en la que le informaron de un nuevo asesinato. Estaba a punto de llamar a su secretaria cuando se percató de que su silla estaba vacía.
—Dennis, ¿sabes algo de Olivia?
—No, lleva un par de días sin aparecer. Ya te dije cuando la contrataste que no me gustaba. Después de todo, ¿qué es lo que sabemos de ella?
Esa pregunta hizo que algo en la cabeza del oficial conectase. Una mujer misteriosa, infiltrada en una comisaria al mismo tiempo que una asesina en serie aparecía por la zona.
—Dennis, busca cualquier dato existente sobre Olivia.
El joven comenzó su tarea sin rechistar, a las dos horas se presentó en la oficina de su compañero.
Olivia Scott era una mujer del estado de New Hampshire. Murió hace un año.
—Entonces, ¿quién era nuestra secretaria?
Jamás sabrían la respuesta a esa pregunta.
Olivia, Kate, Blair, Marina, Emily, Prue, Shonda, Lily, Penélope… Brooke había poseído tantas identidades que a veces olvidaba quién era. Sólo allí, en aquel pequeño cementerio se sentía como en casa. Como en otras ocasiones siguió el camino de piedra hasta la lápida situada a la derecha del ciprés. Sacando algo de su bolso, se sentó junto a ella.
—Hola, mamá, he vuelto a hacerlo. Un monstruo menos habita en la tierra. Ojalá pudieses estar aquí conmigo, a veces me siento demasiado sola. Temo que un día me pierda dentro de mis propias mentiras —Una lágrima se deslizó por su mejilla mientras cavaba un pequeño agujero junto a la tumba—. Estoy tan cansada, por muchas mujeres que vengue, jamás podré salvarte.  Al final del día, sigo siendo esa niña que no puede rescatar a su madre. Lo siento mucho —la voz se le rompió mientras apoyaba la frente contra la piedra—.  Fue mi culpa que te quedaras junto a él, espero que me perdones ya que yo no puedo hacerlo.

Mientras hablaba consiguió hacer un hueco lo suficientemente grande como para extraer una caja. Al abrirla, diferentes carnets de identidad fueron apareciendo. Como si de una ofrenda se tratase, introdujo el de Jim Phillips, añadiendo un alma más a la lista. Cada vez que encontraba un hombre con su perfil, se acercaba a él con la esperanza de que hubiese cambiado o que la información que había conseguido fuese falsa. Nunca eran inocentes. Ojalá se pudra en el infierno, pensó al bajar la tapa de la caja. Después volvió a enterrarla y pasó los dedos por el nombre de su madre: Sofía Davis. Había sido una gran mujer a la que arrebataron del mundo demasiado pronto. Era tarde para cambiar el pasado, pero sí de ella dependía, evitaría que más injusticias se cometiesen en el futuro.

5 jun 2016

Fantasías

Tu aliento sobre el mío, dándome vida.
Tus manos sobre mi cuerpo, recorriéndome, tocándome como si fuese tu guitarra favorita.
Tu mirada analizándome, despertando el calor desde dentro hacia afuera.
Tú, acariciándome y borrando todos mis fantasmas.
Nuestros gemidos creando la banda sonora con la que no podrá competir ninguna película.
Calor, sudor, nosotros, besos torpes, sin control. Dos corazones sincronizados, incendiados por la pasión. Segundos, minutos y horas en las que el mundo no importa, en la que somos nuestra propia casa.
Puede que sólo nos quede una noche, esta noche, así que arde conmigo. Creemos llamas de esas que no queman. Rózame, perdamos la cabeza, juguemos como si fuese a acabarse. Después de todo, el despertador va a sonar en cinco minutos haciendo que tú, mi fantasía, desaparezcas. 

4 jun 2016

No culpes al artista

Caminó hacia atrás para observarlos. Perfectamente colocados de derecha a izquierda, uno detrás de otro formando cuatro filas.  Una sonrisa cruzó sus labios mientras observaba la pared frente a sus ojos. Ya quedaba poco para terminar…

1
La agente Walker estaba disfrutando de una noche de tranquilidad después de meses de tensión siguiendo una operación encubierta. Acostada en su sofá con una cuchara de helado entre los labios, estaba buscando una película interesante cuando unos golpes en su puerta le alertaron.  Al principio pensó que lo había imaginado, pero de nuevo, sonidos insistentes le obligaron a acercarse. Al abrir la puerta descubrió que el culpable de los ruidos no era otro que Peter Anderson, su compañero de trabajo y mejor amigo.
—Si vienes con la intención de tomarte una cerveza conmigo adelante, si no, puede esperar hasta mañana.
Él le dedicó una mirada de disculpa antes de comenzar a hablar.
—Lo siento Olivia, sé que estás en tu noche libre pero nos han llamado para un caso en la ciudad y tú eres la mejor.
—¿Desde cuándo envían a miembros de la Unidad de análisis de conducta para casos menores?
—Nos han llamado debido a que podríamos estar enfrentándonos a un asesino en serie que lleva vagando libre durante los dos últimos años.
Sus palabras consiguieron llamar la atención de la agente que rápidamente le arrancó el informe que llevaba en los brazos. Tras una observación minuciosa de los archivos volvió a mirarlo sin comprender.
—¿Un asesino en serie? Ninguno de estos crímenes guarda relación. El modus operandi no coincide, tampoco hay concordancia entre las víctimas, no se centra en ningún sesgo, así que ¿qué demonios les hace pensar eso?
—Hace unos días, Francis Miller de la editorial Time,  llamó al departamento de policía de Nueva York. Informó que leyendo el periódico una de las noticias había llamado su atención ya que le recordaba a una historia. Decidió investigar y descubrió una serie de novelas policíacas que habían rechazado. La mayoría de los asesinatos son una reproducción prácticamente exacta de ellas.
—Entonces, ¿nos encontramos frente a un admirador?
Su compañero negó antes de continuar:
—No, ahí está el problema. Nadie salvo Francis ha leído esas obras porque fueron rechazadas. Tampoco sabemos nada sobre su autor ya que envió un paquete imposible de rastrear y escribe bajo un seudónimo. Hemos leído las historias y aún queda un crimen por completar, necesitamos ponernos a trabajar.
Echando una última mirada a su sofá y al tazón de helado, se acercó a la puerta para ponerse unas botas y recoger su chaqueta.
—Bueno, hasta aquí mi noche de vacaciones.

2
—Un café con hielo para llevar, por favor.
Escuchó su pedido pero se había distraído contemplándola. Tenía un rostro ovalado sobre el que destacaban unos grandes ojos verdes que, al mismo tiempo, contrastaban con su piel pálida. Su pelo marrón ondulado caía hasta su pecho, expuesto en un generoso escote.
—¿Oiga, me está escuchando? 
—Disculpe —le respondió mientras comenzaba a preparar su bebida— serán tres dólares.
Dándole el importe con una mueca de desprecio, la joven procedió a avanzar para recoger su bebida.
A continuación se giró para mirar a su jefe y, al mismo tiempo que se dirigía hacia la puerta exterior, exclamó:
—Mike, ha llegado la hora de mi descanso.
Rápidamente rodeó el café y observó salir a la joven que entró en el edificio de apartamentos que se encontraba frente a la cafetería. En el momento en el que desapareció de su vista, se acercó a comprar un pañuelo en la pequeña tienda a su espalda. Con el complemento guardado en su bolsillo se dirigió al guardia del bufete en el que anteriormente había entrado la mujer y, con su mayor expresión de inocencia, preguntó:
—Buenos días, ¿podría decirme el nombre de una muchacha morena y vestida con una camisa verde que ha entrado hace poco tiempo? —Al ver la expresión del hombre se apresuró a añadir— Pasó a recoger un café y se olvidó su pañuelo, solo quería devolvérselo. —El semblante del hombre se suavizó y supo que había ganado. 
—Usted habla de la señorita Amanda Baker, ahora se encuentra en una reunión pero puedo hacerle llegar el pañuelo. —Asintió y tras entregarle el presente se despidió caminando en dirección contraria a la cafetería tirando su delantal en la primera papelera que encontró.

3
Olivia y Peter pasaron el resto de la noche y del día siguiente tratando de crear el perfil del asesino. Intentaron entrar en su cabeza y descubrir sus motivos. Observaron sus crímenes, interrogaron a posibles testigos y repitieron una y otra vez las imágenes de las cámaras de seguridad cercanas a los homicidios,  pero no encontraron nada.
—Parece un fantasma —Le dijo la agente Walker a Peter mientras saboreaba su tercer café del día— No logro imaginar sus motivos, sus asesinatos no tienen sentido alguno. Si quisiese fama, no se ocultaría.
—Parece que estamos en un callejón sin salida, quizá estemos ante el crimen perfecto.
Peter se arrepintió de sus palabras al ver cómo la espalda de Oliva se ponía rígida. Iba a disculparse cuando la voz helada de su compañera le respondió:
—No existe tal cosa como el crimen perfecto.

4
Había anochecido cuando Amanda Baker abandonó su puesto de trabajo. Era primavera en Nueva York y el tiempo parecía favorable así que aquella mañana había ido andando hasta el despacho. Al salir, se despidió de su compañero Mike, el guardia del edificio con el que había salido unas pocas veces. Éste le entregó un pañuelo que habían dejado para ella, sin embargo jamás había visto esa prenda. Amanda nunca había sido una chica paranoica por lo que sin dar importancia al asunto, aceptó el complemento, que resultaba ser de buen gusto y caminó hasta casa. Se encontraba cerca de su piso cuando notó una presencia junto a ella.
—Eres perfecta, mi querida Katherine.
—¿Disculpe? Creo que se ha confundido, mi nombre es Amanda —Iba a continuar su camino hasta que la vio— ¡Tú! ¿Qué haces aquí? ¿Me estás siguiendo?
La mujer que la había atendido en la cafetería ladeó la cabeza y sonrío de una forma tan enajenada que le provocó un escalofrío.
—¿Seguirte? Por supuesto que no Katherine, te estaba esperando. Hoy es el día en el que acabaremos nuestra historia.
Mientras hablaba había comenzado a acercarse a ella, Amanda trató de correr pero fue demasiado tarde. Un golpe sobre su cabeza hizo que todo se volviese negro.

5
—Han encontrado a una nueva víctima, Amanda Baker, 25 años. Apareció en un callejón, le habían cosido la boca y pegado los párpados con pegamento. Parece que la causa de la muerte fue por asfixia. El análisis forense no ha demostrado ningún tipo de agresión sexual. El último hombre que la vio con vida fue un compañero de trabajo. Nos ha informado acerca de una mujer de una cafetería cercana que ayer preguntó por Amanda, ahora mismo se está dirigiendo hacia aquí para que podamos interrogarlo.
Olivia paseaba por la habitación hablando consigo misma mientras comenzaba a crear un perfil, aunque aún quedaban demasiadas piezas por encajar ya conocía los rasgos principales de la asesina a la que perseguían.  Por ello organizó una reunión para explicar a los agentes del cuerpo qué era lo que debían investigar.
—Estamos buscando a una mujer blanca, de unos treinta años. Parece que padece algún tipo de trastorno, es egocéntrica y confiada, se arriesga a seguir a sus víctimas y a dejarse ver. Aunque al mismo tiempo muestra una gran meticulosidad si observamos sus crímenes. Es altamente inestable, podría sufrir alguna enfermedad como esquizofrenia paranoide así que si dais con ella tened cuidado.
Los agentes la escucharon y unos minutos después, salieron sin preguntas. Al mismo tiempo Peter entró buscándola.
—El guardia ya se encuentra aquí.
Mike Stevens era un hombre corpulento que llevaba años trabajando. Tras unos minutos comenzó a explicarles cómo una mujer se había interesado por Amanda, le había llevado un pañuelo diciendo que era de la joven pero era una mentira. Cuando lo había descubierto, se preocupó, pero Amanda desestimó sus intentos por acompañarla hasta su casa.
—Esa mujer no me dio buena espina desde el principio, debería haber ido con Amanda a pesar de sus protestas. Si hubiese seguido mi instinto ahora mismo estaría viva.
—No es su culpa, además, si no hubiese sido anoche habría encontrado la forma de localizarla —Trató de tranquilizarlo Olivia mientras colocaba una mano sobre su hombro— Sé que es doloroso, pero, ¿podría hablar con nuestro dibujante para hacer un retrato robot de esa mujer? Nos sería muy útil para encontrarla.
El retrato no coincidió con nadie que se encontrase en el registro policial.  Tras una breve búsqueda también descubrieron que había trabajado en la cafetería con una identidad falsa.  “¿Quién era esa mujer?” Sus ojos azules perseguían a la agente todas las noches. Nadie era capaz de encontrarla, era como si no existiese. Aunque no quedasen más posibles asesinatos en sus historias, había acabado con la vida de 17 personas. Olivia no podría volver a descansar de nuevo hasta que la encontrase.

6
Cogió unas tijeras del estante superior de su armario y se acercó al periódico diario. Allí, en la portada, se encontraba su obra más reciente, el titular decía: “La asesina serial se suma otra víctima”. Recortando con cuidado la noticia la colocó en un cuadro que colgó al lado de los demás.
—Lo ves Nikki, te dije que lo conseguiríamos, por fin nuestra obra está completa para que todos la vean. Sabía que podía lograrlo, soy una gran escritora. —Sonrió hablando a una habitación vacía mientras admiraba su pared repleta de recortes.

7
Habían pasado seis meses desde aquella noche en la que Olivia Walker había sido sorprendida por su compañero en su descanso. Desde entonces las cosas parecían haberse calmado, por lo menos hasta que un Peter  alarmado apareció en su puerta.
—Francis Miller acaba de llamar. Ha descubierto tres nuevas novelas en su despacho, tienen el mismo seudónimo que se utilizó en nuestro caso anterior.

La mirada preocupada de su compañero fue sólo un reflejo de la suya propia. Pensaban que se había detenido, pero no podían haber estado más equivocados. La pesadilla acababa de comenzar… 

3 jun 2016

Golpes de realidad

Siempre me gustó mirar su larga melena al viento, cuando paseaba, ella me parecía intocable, libre, una diosa. Me equivoqué al pensar que nada podría dañarla, a pesar de su vitalidad, el tiempo me demostró que nadie es inmune, nadie puede escapar de la enfermedad cuando ésta te elige, no importa lo bueno o querido que seas o lo mucho que merezcas ser salvado.
 Mis últimos recuerdos de ella son en una cama, se encontraba sin pelo y con los ojos hundidos, aunque, lo realmente importante es que siempre me recibía con una sonrisa. Sabía que pronto exhalaría su último aliento, iba a morir y aun así se preocupaba por nosotros. Verla me hizo pensar que los héroes no son solo aquellos que llevan capa, sino las personas que son capaces de intentar hacer feliz a los demás cuando la vida se les escapa. Siempre pensé que lo lograría, que su fortaleza y mi amor serían suficientes para salvarla. Sin embargo, al final, aprendí que la esperanza es algo especialmente cruel.


1 jun 2016

Cuestión de prioridades

—¡Joder! Como pesa la hija de puta. Vamos deprisa, recuéstala ahí.
Sin ningún cuidado colocaron el cuerpo sobre la camilla improvisada. Las luces blancas destacaban sobre el almacén otorgándole un ambiente tétrico. Sin embargo, nada de esto pareció importarles, como alguien acostumbrado a realizar la misma acción repetidas veces, Jake conectó una vía en el brazo derecho de la muchacha y encendieron el monitor.
—Rápido, ponle la anestesia, pero no te pases con la dosis que nos conocemos.
Christian obedeció las órdenes de su hermano y procedió a colocar la máscara en el rostro de la chica. Parecía tan pacífica, nadie sería capaz de imaginar lo mucho que había luchado hacía unas horas. Su rostro, con forma de corazón le cautivó, aunque todas las emociones que podían estar comenzando a nacer terminaron en el mismo instante en el que Jake siguió con sus órdenes.
—Su pulso está estable, rásgale la camisa mientras yo cojo el bisturí.
A veces le molestaba su tono pero nunca se atrevía a rebatirlo, lo había salvado cuando eran niños y sentía que le debía la vida. A pesar de que sus decisiones no fuesen las mejores, nunca lo juzgaba y siempre lo defendía. Como un robot procedió a romper la camisa de la chica. Un silbido a su derecha le hizo volver la cara causando un pequeño corte en su piel.
—Está muy buena, quizá deberíamos habérnosla follado antes de drogarla. Una verdadera lástima que no me guste mezclar los negocios con el placer.
—Jake —respondió con una mueca de disgusto— ¿no crees que al menos deberías guardar un poco de respeto?
—¿Respeto? ¿Qué eres? ¿Un marica? Mírala —le dijo mientras le obligaba a volver el rostro hacia la camilla— dime que no es un bombón.
Los remordimientos controlaron el rostro del joven, así que decidió comenzar a trabajar. Era la única forma en la que dejaría de pensar.
—Ya está bien ¿vamos a hacerlo o esperar hasta que se le pase la anestesia? —respondió enfadado mientras le pasaba un par de guantes a su hermano y posteriormente se ponía los suyos.
—Ese es mi chico, todo negocios. Por eso te escogí.
Tomando el bisturí de la mano de su compañero, Jake comenzó a hacer una incisión en el costado de la joven. La sangre comenzó a manar, pero no le perturbó Cargaba demasiadas operaciones a sus espaldas para importarle. Clínicamente colocó unas pinzas para mantener la herida abierta.
—Sujeta aquí —le indicó a Christian para tomar después el control de la situación.
Primero introdujo una mano y después la otra.
—No sueltes las pinzas y no dejes que se cierre, no puedo cortar si no veo nada. Y por el amor de Dios coloca las luces o todo el trabajo no habrá servido para nada.
Christian controló su carácter y obedeció sin rechistar, sabía que no debía molestar a Jake cuando se encontraba en medio de una operación. Después de todo, su éxito dependía de su buena mano.
—¿Justo así?
—Sí, perfecto. Dame un minuto —medio murmuró mientras fijaba su atención en el cuerpo de la joven—. Un corte más aquí y… listo.
En esos instantes levantó sus manos y sostuvo el hígado de la chica, el cual colocó cuidadosamente en el envase que tenía a su derecha. La temperatura de 8Cº conservaría el órgano al menos durante unas setenta y dos horas. A continuación repitió el procedimiento extrayendo ambos riñones. Una vez finalizado el proceso tiró sus guantes a la basura situada a sus pies y dio la espalda al cuerpo de la joven.
—No tenemos más de veinticuatro horas antes de que los riñones sean inútiles. Debemos darnos prisa.
—Tranquilo, Jake, ya tengo un comprador preparado. Sólo queda deshacernos de la chica.
Mientras hablaba apagó el monitor que mostraba los latidos de la muchacha y encendió la televisión. Una noticia acabó con el silencio que reinaba en aquel tugurio. Los informativos avisaban sobre la desaparición de una joven de ventiséis años. Su rostro, mostrado a través de una fotografía, era similar al de un corazón.
—Lástima,  tanto esfuerzo y jamás la encontrarán —comentó Jake para sí mirando la pequeña pantalla.
—Te recuerdo que fue idea tuya conseguir cuerpos sanos y jóvenes, dijiste que el mercado negro pagaría mejor por órganos sanos. Si por mí fuese habríamos matado a putas y drogadictos. A esos nadie los echa de menos.
El joven miró al cadáver de la chica y se encogió de hombros con una expresión carente de emoción.
—Ya sabes lo que se dice: mal momento, lugar equivocado y todo ese bla bla bla… No es nada personal, pero la escuela de medicina es cara y algo tiene que pagarla. Ella sólo fue un daño colateral —cogiendo una cerveza de la nevera se acercó a su compañero—. Por cierto hermanito, yo la operé, la desaparición del cuerpo y la entrega corren de tu cuenta. Disfruta de la noche.

Dicho esto, salió del garaje y se dirigió a un pub cercano. Era el momento de encontrar a su próxima víctima. 

24 may 2016

Aquel quince de abril

Habían pasado cuatro años desde aquella fatídica tarde en la que su mundo se vino abajo. Demasiados años perdida en una época reinada por luchas y lamentos… Hoy, sin embargo, el destino le estaba ofreciendo la oportunidad de lograr aquello que había esperado desde hacía tanto tiempo.
Eran las diez de la noche de un viernes y el Hotel  Senator se encontraba relativamente tranquilo. A pesar de que Londres era un lugar turístico, esa semana había habido pocas reservas en el lugar, facilitando la labor de sus trabajadores. Por ello, Elizabeth se encontraba cerca de la recepción cuando lo vio. Por un instante creyó que su mente le estaba jugando una mala pasada y que aquel hombre no era el culpable de su desgracia; pero se equivocó, ya que, junto a ella, haciendo una reserva, se encontraba el mismísimo Sebastián Roche. No comprendía como podía haber dudado de su identidad, después de todo, él siempre había sido inconfundible. Salvo unas pequeñas canas que ahora aparecían en su pelo, él era el mismo hombre alto, moreno, refinado y seguro de sí mismo que habitaba en sus pesadillas.
—Por favor señorita, sería usted tan amable de entregarme la llave de mi habitación. La reserva está a nombre de Sebastián Roche.
La joven contuvo el aliento esperando hasta que él se percatase de su presencia y la reconociese. Sin embargo esto jamás ocurrió. Una vez que él consiguió su llave se giró para mancharse, al final se detuvo y giró su cabeza, al observar su uniforme de camarera le dijo con el tono propio de aquellos que se creen superiores:
—Me gustaría que en una hora me subieran  la cena a mi habitación, langosta con una copa de Bourbon —dicho esto procedió marcharse ante la mirada pálida de ella. Pensó que al final la había recordado cuando se dio la vuelta, pero sus palabras solo acabaron con la esperanza de la muchacha—. La bebida que sea de la marca Jim Beam.
Elizabeth no podía creerlo, ¿de verdad era posible que no la reconociese? Había arruinado su vida pero, ¿no la recordaba? El resentimiento acumulado comenzó a hacer mella en su interior sacando lo peor de ella.
Cuando la hora pasó se dirigió a la habitación y tras un breve golpe contra la puerta procedió a entrar. Él se encontraba recostado en uno de los sillones y de nuevo la miró sin decir nada, esperando.  Ella, con la voz rota, lo miró mientras sostenía la bandeja con su orden.
—Sería mucho pedir que me recordarás ¿verdad? —culpándose por el tono roto que delataba antiguos rencores continuó—. No es necesario que digas nada, voy a refrescarte la memoria. ¿Recuerdas un quince de abril en París?, eras profesor de filología germánica por aquel entonces. Todo el mundo conocía al aclamado Sebastián Roche, tus clases eran de lo más codiciado en la Sorbona de París. Sin embargo, yo era simplemente una alumna becada, de “baja categoría”, dirían algunos. Sé que tú no lo haces, pero yo sí que recuerdo aquella tarde en la que me pediste entrar a tu despacho para explicarme los fallos que había cometido en mi prueba. También como cerraste la puerta y me presionaste contra el escritorio mientras me susurrabas que no me moviera, que sólo iba a doler un poco, pero que al final, ambos íbamos a disfrutarlo —su tono había ido perdiendo fuerza conforme se perdía en el pasado. A pesar de todo continuó hasta acabar su historia—. Recuerdo como me negué y trate de alejarme hasta que tú me inmovilizaste, recuerdo el dolor y el frío que me embargó por dentro. Recuerdo tu risa cuando me dijiste que nadie me creería si decía la verdad, después de todo yo no era nadie y tú tenías un gran prestigio…
Él se quedó blanco mientras la escuchaba. Por supuesto, no sentía remordimientos y aun  no era capaz de ubicarla. Sin embargo, le resultaba molesto tener que aguantar su drama. Cuando él pensaba contestar ella continuó con su historia.
—Aquella tarde no sólo me robaste mi inocencia y mi capacidad de decidir. Ese día me privaste de un futuro al dejarme embarazada. Cuando yo no fui capaz de abortar como me exigieron mis padres, fui repudiada. Después, perdí mi beca ya que mis notas bajaron al tratar de contrarrestar el trabajo con las clases. Y bueno, mírame ahora —rió amargamente al mismo tiempo que extendía los brazos y una lágrima caía sobre su mejilla—. La chica que tenía  un futuro brillante, convertida en camarera. Escondida en un pueblo lamiendo sus heridas al mismo tiempo que cuida de un niño que, cada vez  que la mira, le recuerda el peor día de su vida. Tú me destrozaste, y ni siquiera me recuerdas.
Él se levantó y la miró de arriba abajo con  desprecio, para después, comenzar a reír a carcajadas.
—Tengo que decir que la historia tiene mérito. Aunque, ¿sabes la cantidad de mujeres que han intentado colgarme un hijo? Eres bonita, pero no tanto para que alguien como yo se molestase, después de todo —se encogió de hombros como si no pudiese evitarlo— puedo tener a cualquiera.
No podía creer sus palabras. Sin embargo, ahí estaban, abriendo las viejas heridas que no habían cicatrizado del todo. Mientras lo miraba sacó una fotografía y se la extendió al mismo tiempo que la furia la embargaba.
—¡Míralo! ¡Míralo  y atrévete a decirme que no es hijo tuyo!
Sebastián observó la fotografía, pero si ésta provocó algo en él, no lo demostró.
—Señorita, creo que debería acabar con su trabajo, entregarme mi cena, mi bourbon y marcharse. No creo que su jefe apruebe que esté molestando a los clientes.
Elizabeth había esperado ver remordimiento en su rostro o al menos una disculpa por su parte. Sin embargo, aquel ser frente a ella no era humano. El conocimiento de ello hizo que su decisión fuese más fácil. Antes de subir a su habitación había introducido una dosis letal de ricina en la bebida. En ese momento no sabía si sería capaz de entregárselo, pero sus palabras carentes de emoción, habían firmado su sentencia. No podía permitir que alguien más sufriese lo mismo que había pasado.

Tras dejarle su pedido, salió de la habitación y se dirigió a casa. Aquella misma noche Sebastián Roche exhaló su último aliento, mientras que, al mismo tiempo, una mujer miraba por la ventana de su pequeña casa. Por fin, sus ojos mostraban a una joven con futuro frente a sus ojos, libre de fantasmas. 

16 may 2016

365 días



Un año, 365 días.

365 para olvidarte, para olvidarme.
Para dejar atrás esa parte de mí que sólo saber ser mejor si es contigo.
Para madurar, para almacenar los recuerdos en ese lugar del corazón donde ya no duelen y sólo sacan sonrisas.
Para perder la esperanza, para dejar de buscarte por las calles.
Para no esperar esa llamada o ese mensaje.
Para guardar nuestras fotos, para dejar de esperar encontrarte en la mirada de otras personas. 
Para abandonar la costumbre de comparar a cualquiera que conozca contigo.
Para olvidar lo que quise, lo que necesité que fuéramos.

Para seguir adelante, aunque duela, aunque cueste, aunque deje atrás algo de mí que se pierda y que nunca recupere.

17 abr 2016

Curiosidad

Ella es pasional, activa, empuja a pecar con una sonrisa. Desprende calor con tan solo una mirada, y hoy por fin, se ha percatado de mí, nos hemos cruzado y he notado encenderse una pequeña llama. Ahora, me muero por saber qué se siente cuando todo ese fuego comienza a arder. 

16 abr 2016

El despertador

Aquella mañana se despertó tarde, no sabía por qué, pero el despertador no había sonado. A pesar de todo, eso no fue lo que más le extrañó. Ella siempre se levantaba después del amanecer, pero su lado estaba frío, se había acostumbrado a levantarse y ver su melena negra a lo largo de la almohada, así que se sorprendió al no encontrarla. Tras unos minutos una sensación de malestar comenzó a embargarle, nunca madrugaba, lo odiaba, así que no lo habría hecho si algo no hubiese ocurrido. Se levantó rápidamente y se colocó unos vaqueros mientras buscaba su teléfono móvil para llamarla, fue en ese instante cuando vio el mensaje:

“Lo intenté, pero he perdido. Encontrarás respuestas en el cajón de la mesita de noche. Lo siento, S.”

No sé si fue porque acababa de despertarse y sus sentidos aún se encontraban algo dormidos, la cuestión es que no comprendió su mensaje. Era demasiado críptico, ¿qué era lo que sentía? Y ¿qué respuestas podría encontrar en un cajón? Ignorando sus palabras trató de llamarla, pero sólo le respondió su buzón de voz. El malestar que había sentido cuando se levantó comenzó a aumentar, necesitaba respuestas pero únicamente obtenía preguntas.  Mientras se acercaba a su mesita de noche un escalofrío le recorrió. Sabía que algo iba definitivamente mal cuando vio el sobre. Estaba perfectamente colocado en el centro del cajón, su color blanco contrastaba con el marrón de la madera. En él sólo había una palabra, su nombre, dudar de su procedencia sería imposible, ya que conocía a la perfección las manos que escribían con esa caligrafía torcida. Pero, ¿por qué una carta? No era su aniversario, ni había ocurrido ningún suceso especial y Sofía no era una persona muy detallista. La curiosidad lo mataba pero era incapaz de coger el sobre, solamente lo miraba desde la distancia, y en el fondo sabía por qué, el miedo lo embargaba, tenía la certeza de que sus palabras no traerían nada bueno, por eso estaba retrasando el momento. Tomando un respiro se estiró y cogió la enigmática carta entre sus manos, estaba a punto de abrirla cuando alguien llamó al timbre. Se apuró pensando que sería Sofía, sin embargo sus esperanzas murieron cuando dos hombres uniformados y con miradas sombrías le recibieron al otro lado de la puerta.
—Señor Sanders, lamento decirle esto. Pero hemos encontrado el cuerpo de Sofía flotando en la playa. Cuando fue localizada ya era demasiado tarde…
Sabía que el agente trató de darle explicaciones pero no fue capaz de escuchar nada. Sus rodillas cedieron al mismo tiempo que las lágrimas caían por sus mejillas.  ¿Muerta? No, tenía que ser un error, Sofía no estaba muerta, sólo había salido y regresaría en cualquier momento. Esto era solo una broma de muy mal gusto, no podía ser… Mientras entraba en shock, los hombres lo colocaron en el sofá y le dieron instrucciones sobre el hospital en el que se encontraba. También le dejaron una tarjeta para que pudiese llamarlos e informarse acerca de la investigación por la muerte de su pareja. Tras miradas de disculpa y unas pocas palabras de consuelo lo dejaron solo, en la que hasta hace un momento, había sido la casa en la que comenzaría una familia con su prometida. Se secó las lágrimas y se dirigió al dormitorio, cuando se sentó en la cama, sus manos rozaron el sobre. Su carta, su respuesta. No había dicho nada a los agentes, pero temía que una investigación no sería necesaria. Si hubiesen asesinado a Sofía, ¿por qué  tenía este sobre? ¿Por qué habría desaparecido ella por la mañana sin avisar?...
Sus palabras, tan pulcramente ordenadas a lo largo de la página, desencadenaron otra ola de lágrimas, y él tuvo que esperar unos minutos antes de comenzar a leer:
“Querido Sebastián, lo siento.
Si estás leyendo esto, significa que he perdido la batalla. Te prometo que traté de vencer, de adiestrar a mis demonios para ti, pero fue inútil. No sabes de qué estoy hablando, pero hay secretos que no te puedo contar. La Sofía que conociste sólo era una parte de mí, la no rota. Tú, sin saberlo, diste vida a una mujer que pensé que había muerto hace mucho tiempo, la despertaste poco a poco. Sin embargo, existía otra, una fracción de mí nunca se alejó del dolor. Me enamoré de ti, nunca dudes eso, y es por eso que me niego a arrastrarte a mi infierno. Pensé que podía superarlo, pero eso es lo malo de los fantasmas. Te hacen creer que se han ido pero aparecen cuando menos te lo esperas.
Has sido lo mejor que me ha pasado nunca, pero nuestra historia debe llegar a su fin. Me diste una vida maravillosa, más de lo que pensé que podría experimentar. Pero, ha llegado mi momento. No puedo huir para siempre, los errores cometidos por mi familia morirán conmigo. No van a condenar a nadie más. Puede que ahora me odies, sé que no soportas no comprenderlo todo y que no te estoy dando ninguna razón entre mis palabras. Sin embargo vas a tener que confiar en mí. Me voy al mar por última vez, para perderme en sus olas, para dejarme llevar, para ser libre...
No tengo el derecho de pedirte nada, pero voy a hacerlo de todas formas. Sé feliz Sebastián. Cuando estés preparado, sal de casa y conoce a tu chica perfecta, a alguien que te quiera y pueda mostrarte todo sin miedo a las consecuencias.
Estaré cuidándote desde el cielo.
Te quiere hoy y siempre, Sofía”


Sus palabras lo sorprendieron, destrozaron y enfadaron. Siempre supo que ocultaba algo, pero nunca imaginó que sufriese tanto. Se sintió un idiota al pensar que ella era feliz.  Tras dejar caer la carta entre sus dedos, miró su lado de la cama, esperando que todo fuese una pesadilla y que ella se encontrará allí, acostada. Sin embargo, no pasó nada, mientras asimilaba su muerte se preguntó si algo habría sido diferente si el despertador hubiese sonado aquella mañana. 

7 abr 2016

Emociones en duelo

Paseos a medianoche causados por el insomnio, mañanas de domingo iniciadas con desayunos en la cama. Amaneceres efímeros olvidados en un beso, recuerdos de un nosotros que se perdió entre la niebla. ¿Por qué no puedes regresar? Por favor, ven y abre la puerta. Sácame de estas cuatro paredes, devuélveme las ganas de vivir porque hace tiempo que ya no me quedan.


¿Dónde estás? ¿Puedes oírme? ¿Me recuerdas? Aquella tarde, cuando el médico dijo que nos quedaban solo seis meses, nunca pensé que el tiempo fuese a desaparecer sin apenas darnos cuenta. Te fuiste y ahora ya no regresas, ya no vuelves enfadado del trabajo y me cuentas tus problemas durante la cena, ya no vamos a pasear al parque, ni a pisar charcos en las aceras. Necesito que vuelvas, pero estás preso, ambos condenados por una losa de piedra. Hoy, está lloviendo, y mirando a la calle sólo puedo pensar ¿por qué no regresas?

19 mar 2016

¿Quién es Jason Sanders?

Bip…bip…bip… el sonido no dejaba de molestarle, pero, ¿de dónde venía? Sabía que no podía ser su despertador, ya que conocía perfectamente la voz que le atormentaba cada mañana: Bon Jovi y su famoso It´s my life. Trató de mover el brazo para acabar con el sonido, pero su cuerpo no le respondía. Cuando dejó de centrarse en el ruido, comenzó a notar el dolor que le recorría desde el brazo derecho hasta el costado. Aunque lo peor era el constante martilleo en su cabeza. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no podía abrir los ojos? ¿Qué significaba toda esa oscuridad?
Mientras se encontraba perdida en sus pensamientos, escuchó unas voces lejanas. No podía identificar ninguna de ellas y tampoco entendía qué trataban de decir, por mucho que se esforzaba en comprenderlo. De repente, el dolor tomó el control de sus pensamientos y fue apagando su mente; lo último que detectó fue ese fastidioso bip…bip….

Unos días más tarde:
—Vaya, has despertado. Iré a informar al doctor.
Esas fueron las primeras palabras que escuchó cuando por fin logró abrir los ojos, que se estremecieron al recibir la luz. Una vez que fue capaz de ver con claridad, observó la habitación en la que se encontraba. Las paredes blancas y todos los aparatos médicos le decían que no estaba en su habitación, pero, ¿cómo había llegado allí? Seguía preguntándose qué podía haberle ocurrido, cuando la joven que había hablado antes entró seguida de un hombre mayor ataviado con una bata blanca.
—Buenos días, señora. Soy el doctor Ross, lamento informarle de que lleva nueve días en coma. Cuando llegó aquí había sufrido un fuerte golpe en la cabeza y tenía un brazo roto. Tengo que descartar cualquier lesión cerebral, así que ¿podría responderme a algunas preguntas?
Sin darle tiempo a asentir, preguntó:
— ¿Cómo se llama?
Cómo… La voz del doctor empezó a entremezclarse, hasta que de repente ya no era él quien le hablaba…

—Oye muñeca, ¿cómo te llamas?
Jamás olvidaré el día que lo conocí, nunca pensé que alguien como él se dirigiría a una chica como yo. Sin embargo ahí estaba, Jason Sanders, el futuro heredero del imperio inmobiliario Sanders, cortándome el paso y llamándome nada menos que muñeca. Por unos instantes sus palabras me hicieron perder la cabeza, pero rápidamente me recuperé  y, enarcando una ceja, dije:
—¿Muñeca? ¿Acaso tengo pinta de Barbie? —Levantando sus manos, le impedí contestar— No es necesario que respondas a eso, pero dime ¿Con ese tipo de líneas consigues ligar?

—¿Señora? ¿Está usted bien? ¿Podría decirme su nombre?
¿Qué le había pasado? ¿Por qué recordaba su época universitaria? Tratando de tranquilizarse, miró al doctor y aclarándose la garganta respondió:
—Katherine James.
—Muy bien, señora James. ¿Puede decirme su fecha de nacimiento? ¿Y en qué año nos encontramos?
—14 de diciembre de 1989 y estamos en el año 2016.
El hombre asintió mientras apuntaba algo en una libreta.
—Parece que se encuentra bien, por ello, creo que está capacitada para responder algunas  preguntas a los agentes que se encuentran fuera. Llevan un tiempo esperando a que usted despierte.
¿Agentes? ¿Qué ocurría? Cuando el doctor terminó de hablar abrió de nuevo la puerta y tras dejar salir a la enfermera, permitió pasar a dos hombres en su habitación justo antes de marcharse y cerrar la puerta tras él. Los hombres eran gigantes y la pequeña estancia en la que se encontraba solo servía para aumentar su tamaño. Ambos parecían amenazantes y no habían parado de observarla desde que entraron. Sus miradas le intimidaron, pues parecía que podían ver su alma desde donde se encontraba postrada. Un miedo irracional le recorrió el cuerpo, el mayor de los hombres escogió ese momento para comenzar a hablar:
—Señora James, soy el agente Davis y este es mi compañero, el agente Fox—le informó mientras asentía en dirección al hombre que se encontraba a su derecha—  Necesitamos hacerle unas preguntas, ya que algunos de los elementos que rodearon su incidente, no quedan del todo claros. ¿A dónde se dirigía la mañana del 16 de marzo? ¿Recuerda lo que causó el accidente?
Trataba de concentrarse en la pregunta del agente Davis, pero de nuevo su voz atravesó sus pensamientos…

—Escúchame atentamente Kath, lo que le sucedió a mi abuelo no fue un accidente. Mi padre ordenó que lo matarán para hacerse con el control de su negocio, pero no esperó que él me lo dejase todo a mí. Ahora soy la única pieza del puzle que no encaja para poder conseguir todo aquello que planeó, necesito huir hasta que pueda probar el asesinato de mi abuelo. No estaré a salvo hasta entonces y te pido que vengas conmigo —Sostuvo mis manos mientras me observaba con esos grandes ojos verdes que habían conseguido cautivarme hacia tanto tiempo. Jamás pensé que el día que decidí casarme con Jason Sanders, sería el mismo que le pondría precio a mi vida—. Él sabe que no puedo vivir sin ti, así que si desaparezco te dañará para encontrarme. Sin embargo, no puedes irte sin más, nadie puede sospechar que sabemos la verdad y mucho menos que tratamos de huir.
Lo miré asustada a pesar de la determinación férrea que sentía, después de todo, si de mí dependía nadie dañaría a Jason. Siempre sospeché del señor Sanders, sobre todo después de que él trató de evitar nuestro matrimonio. Jamás me dio buena espina. Tras sus ojos se escondían demasiados demonios, por lo que la historia del asesinato no me sorprendió tanto como debería. A pesar de todo, no pude evitar la lágrima que se deslizó por mi mejilla al pensar en el abuelo. Nunca tuve la oportunidad de conocer a los míos, así que Gregory Sanders se había convertido en el abuelo que nunca tuve. No me imagino cómo alguien podría hacerle daño.
—De acuerdo, haré lo que me digas. ¿Cuál es el plan?
—Hoy partiré y buscaré un lugar seguro, a los demás les diremos que me he ido a un viaje de negocios. Exactamente en una semana, te esperaré en el motel de la calle Berwick en un Ford negro. Trata de ir almacenando cosas, pero procura que nadie note nada, ni siquiera Lucy. No sería la primera vez que mi padre soborna al servicio para conseguir información.

Se llevó una mano a la cabeza tratando de fingir que el dolor era el que retrasaba sus respuestas, no podría precisar el motivo, pero desconfiaba de los guardias.
—Lo siento agentes, pero no puedo ayudarlos. No me acuerdo de hacia dónde me dirigía. Supongo que iría de compras, es algo que suelo hacer mucho los sábados. Lo único que recuerdo del accidente, es que, antes del golpe, observé como una gran furgoneta se dirigía en mi dirección. Traté de esquivarla, pero la colisión fue inevitable. Después de eso, nada.
El agente Davis le puso mala cara y se acercó a la cama tratando de intimidarla.
—De acuerdo, señora James. No piense que no creo en su palabra, pero le recuerdo que mentir a un agente es un delito grave. De todas formas parece cansada, así que sólo le haremos una pregunta más: ¿Sabe dónde podemos encontrar al señor Jason Sanders?
Todo pareció volverse oscuro y después, apareció el dolor…

—¡Oh, dios mío, menos mal que te he encontrado! ¡Katherine! Tranquila, ya estoy aquí, no te muevas, todo va a salir bien. Sabía que te había pasado algo cuando no apareciste a la hora acordada, tú siempre eres puntual. Tranquila nena, voy a arreglarlo, vas a ponerte bien.
Recuerdo escuchar su voz, pero nunca supe si todo había sido un sueño, el dolor no me permitía centrarme lo suficiente para descubrirlo. Supe que era grave porque estaba sangrando, podía notar algo caliente rodando por mi mejilla y el dolor incesante en mi brazo, me decía que estaba roto. Trataba de centrarme en Jason, que parecía tratar de sacarme del vehículo, pero mi mente no colaboraba. La gravedad de mis lesiones le obligó a desistir de su tarea y a dejarme allí. Recuerdo que con toda la delicadeza y el cariño del mundo sostuvo mi cara entre sus manos obligándome a mirarlo.
—Kath, nena, necesito que me escuches —Las lágrimas caían por sus mejillas mientras me miraba, su esposa, su mejor amiga, aquella chica llena de vida que lo había dejado con la palabra en la boca en la universidad, convertida en una muñeca rota. —No puedo llevarte conmigo, pero cuando te recuperes, llegaré a ti de alguna manera y nos escaparemos juntos. Lejos de todo su veneno, te llevaré adonde sea que quieras, pero necesito que recuerdes esto, ¿lo harás?
Conseguí asentir levemente, así que él continuó, no tenía mucho tiempo ya que al igual que yo podía escuchar las sirenas acercándose.
—Cuando te recuperes, te haré llegar un mensaje secreto y volveremos a estar juntos, pero ahora has de fingir que no me recuerdas. Es lo más seguro para ti, cuando te pregunten por mí finge haberme olvidado, actúa como si no hubiese existido. Bórrame de tu memoria durante un tiempo, te resultará más fácil mentir si tú misma lo crees—las lágrimas caían por sus mejillas mientras observaba como mis ojos comenzaban a cerrarse, así que se apresuró a continuar—. Haz lo que tengas que hacer para ponerte a salvo, di lo que tengas que decir, pero espérame  y no lo olvides nunca, soy tuyo hasta que la muerte nos separe e incluso después de eso. Te quiero Katherine.

Los recuerdos comenzaban a aclararse en su memoria conforme pasaba el tiempo. Tenía que ser fuerte y esperar hasta que recibiese su señal. Se encontraban en un juego muy peligroso, pero ella estaba dispuesta a ganar. Así que, tras componer su expresión más inocente, miró a los ojos del agente y respondió:

—¿Quién es Jason Sanders?