16 abr 2016

El despertador

Aquella mañana se despertó tarde, no sabía por qué, pero el despertador no había sonado. A pesar de todo, eso no fue lo que más le extrañó. Ella siempre se levantaba después del amanecer, pero su lado estaba frío, se había acostumbrado a levantarse y ver su melena negra a lo largo de la almohada, así que se sorprendió al no encontrarla. Tras unos minutos una sensación de malestar comenzó a embargarle, nunca madrugaba, lo odiaba, así que no lo habría hecho si algo no hubiese ocurrido. Se levantó rápidamente y se colocó unos vaqueros mientras buscaba su teléfono móvil para llamarla, fue en ese instante cuando vio el mensaje:

“Lo intenté, pero he perdido. Encontrarás respuestas en el cajón de la mesita de noche. Lo siento, S.”

No sé si fue porque acababa de despertarse y sus sentidos aún se encontraban algo dormidos, la cuestión es que no comprendió su mensaje. Era demasiado críptico, ¿qué era lo que sentía? Y ¿qué respuestas podría encontrar en un cajón? Ignorando sus palabras trató de llamarla, pero sólo le respondió su buzón de voz. El malestar que había sentido cuando se levantó comenzó a aumentar, necesitaba respuestas pero únicamente obtenía preguntas.  Mientras se acercaba a su mesita de noche un escalofrío le recorrió. Sabía que algo iba definitivamente mal cuando vio el sobre. Estaba perfectamente colocado en el centro del cajón, su color blanco contrastaba con el marrón de la madera. En él sólo había una palabra, su nombre, dudar de su procedencia sería imposible, ya que conocía a la perfección las manos que escribían con esa caligrafía torcida. Pero, ¿por qué una carta? No era su aniversario, ni había ocurrido ningún suceso especial y Sofía no era una persona muy detallista. La curiosidad lo mataba pero era incapaz de coger el sobre, solamente lo miraba desde la distancia, y en el fondo sabía por qué, el miedo lo embargaba, tenía la certeza de que sus palabras no traerían nada bueno, por eso estaba retrasando el momento. Tomando un respiro se estiró y cogió la enigmática carta entre sus manos, estaba a punto de abrirla cuando alguien llamó al timbre. Se apuró pensando que sería Sofía, sin embargo sus esperanzas murieron cuando dos hombres uniformados y con miradas sombrías le recibieron al otro lado de la puerta.
—Señor Sanders, lamento decirle esto. Pero hemos encontrado el cuerpo de Sofía flotando en la playa. Cuando fue localizada ya era demasiado tarde…
Sabía que el agente trató de darle explicaciones pero no fue capaz de escuchar nada. Sus rodillas cedieron al mismo tiempo que las lágrimas caían por sus mejillas.  ¿Muerta? No, tenía que ser un error, Sofía no estaba muerta, sólo había salido y regresaría en cualquier momento. Esto era solo una broma de muy mal gusto, no podía ser… Mientras entraba en shock, los hombres lo colocaron en el sofá y le dieron instrucciones sobre el hospital en el que se encontraba. También le dejaron una tarjeta para que pudiese llamarlos e informarse acerca de la investigación por la muerte de su pareja. Tras miradas de disculpa y unas pocas palabras de consuelo lo dejaron solo, en la que hasta hace un momento, había sido la casa en la que comenzaría una familia con su prometida. Se secó las lágrimas y se dirigió al dormitorio, cuando se sentó en la cama, sus manos rozaron el sobre. Su carta, su respuesta. No había dicho nada a los agentes, pero temía que una investigación no sería necesaria. Si hubiesen asesinado a Sofía, ¿por qué  tenía este sobre? ¿Por qué habría desaparecido ella por la mañana sin avisar?...
Sus palabras, tan pulcramente ordenadas a lo largo de la página, desencadenaron otra ola de lágrimas, y él tuvo que esperar unos minutos antes de comenzar a leer:
“Querido Sebastián, lo siento.
Si estás leyendo esto, significa que he perdido la batalla. Te prometo que traté de vencer, de adiestrar a mis demonios para ti, pero fue inútil. No sabes de qué estoy hablando, pero hay secretos que no te puedo contar. La Sofía que conociste sólo era una parte de mí, la no rota. Tú, sin saberlo, diste vida a una mujer que pensé que había muerto hace mucho tiempo, la despertaste poco a poco. Sin embargo, existía otra, una fracción de mí nunca se alejó del dolor. Me enamoré de ti, nunca dudes eso, y es por eso que me niego a arrastrarte a mi infierno. Pensé que podía superarlo, pero eso es lo malo de los fantasmas. Te hacen creer que se han ido pero aparecen cuando menos te lo esperas.
Has sido lo mejor que me ha pasado nunca, pero nuestra historia debe llegar a su fin. Me diste una vida maravillosa, más de lo que pensé que podría experimentar. Pero, ha llegado mi momento. No puedo huir para siempre, los errores cometidos por mi familia morirán conmigo. No van a condenar a nadie más. Puede que ahora me odies, sé que no soportas no comprenderlo todo y que no te estoy dando ninguna razón entre mis palabras. Sin embargo vas a tener que confiar en mí. Me voy al mar por última vez, para perderme en sus olas, para dejarme llevar, para ser libre...
No tengo el derecho de pedirte nada, pero voy a hacerlo de todas formas. Sé feliz Sebastián. Cuando estés preparado, sal de casa y conoce a tu chica perfecta, a alguien que te quiera y pueda mostrarte todo sin miedo a las consecuencias.
Estaré cuidándote desde el cielo.
Te quiere hoy y siempre, Sofía”


Sus palabras lo sorprendieron, destrozaron y enfadaron. Siempre supo que ocultaba algo, pero nunca imaginó que sufriese tanto. Se sintió un idiota al pensar que ella era feliz.  Tras dejar caer la carta entre sus dedos, miró su lado de la cama, esperando que todo fuese una pesadilla y que ella se encontrará allí, acostada. Sin embargo, no pasó nada, mientras asimilaba su muerte se preguntó si algo habría sido diferente si el despertador hubiese sonado aquella mañana. 

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