12 jun 2016

Aunque no despiertes

—¿Por qué tienes que ser tan torpe? Sabes que no quiero hacerlo, pero te mereces un castigo.
Su madre le había acostado a las ocho. Sin embargo los gritos de él le habían despertado, era un hecho que ocurría a menudo. Aunque esta era la primera vez que podía escuchar cristal romperse. Preocupada se levantó y sujetando un pequeño pisa papeles bajó las escaleras. Jamás podría olvidar lo que vio. No quería hacer ruido, pero un alarido escapó de su garganta….

—¡Mamá!

Olivia Fletcher se levantó sobresaltada, hacía tiempo que los recuerdos habían dejado de perseguirla en sus pesadillas. Olvidarse de las pastillas para dormir había sido un error que no podía volver a cometer.
A las diez de la mañana Olivia se sentó en su escritorio y comenzó a archivar los diferentes casos del oficial O‘Connor. Mientras trabajaba una mujer entró en la comisaria, llevaba unas enormes gafas de sol y sostenía a una niña pequeña en su costado. Parecía alterada cuando se acercó a hablar con su compañero Dennis:
—Por favor, señor, tiene que ayudarme.
Dennis levantó la mirada de sus archivos y esperó. Al notar que ella no iba a seguir hablando preguntó:
—¿En qué puedo ayudarle?
—Hace un mes solicité una orden de alejamiento, pero mi marido nos ha encontrado y ha intentado llevarse a Jenny. Me dijeron que estaría a salvo, quise creerles a pesar de mis dudas, pero su hoja de papel no ha servido de nada —le dedicó una mirada desesperada mientras se quitaba las gafas dejando al descubierto un moratón sobre su ojo—. Va a matarme y ustedes solamente me dan un papel. ¿Cómo puede protegerme eso?, ¿pretende que se lo arroje a la cara cuando su puño se acerque? —notando que había elevado su tono, se calmó antes de continuar—. Por favor, no tengo a dónde ir, ayúdeme.
—No podemos hacer nada por usted, la próxima vez que vea a su marido, llame a una patrulla.
—Gracias por nada. Recuerde mi rostro, la próxima vez que lo vea, estaré muerta.
Tras la conversación, la mujer volvió a colocarse sus gafas y abrazando a su hija abandonó la comisaria.  Olivia la observó marcharse y después se acercó a su compañero.
—Deberías haber sido más sensible.
—¿Qué querías que hiciera? Conoces el protocolo tan bien como yo. Además, no eres más que una secretaria, ¿cómo te atreves a reprocharme?
Ella ocultó su odio lo mejor que pudo, tomando una respiración profunda, se calmó y con una sonrisa falsa cabeceó:
—Está bien. Pues déjame hacer mi trabajo y entrégame el historial con los datos de la orden de alejamiento para que pueda rellenar una ficha dejando constancia de la visita de la mujer.
Sin ni siquiera dedicarle una mirada, le pasó el archivo y se giró hacia la pantalla de su ordenador. Olivia regresó a su escritorio y comenzó a observar la denuncia. Cuando encontró lo que buscaba la cerró y la dejó sobre la mesa. La tarde pasó rápidamente y sin incidentes, estaba a punto de regresar a casa cuando el oficial O’Connor decidió llamarla a su despacho.
—Señorita Fletcher, la oficina central nos ha enviado una serie de casos que pueden guardar relación para que los investiguemos. ¿Sería tan amable de traérmelos inmediatamente cuando los reciba?
—Por supuesto, señor.
No habían pasado ni treinta minutos cuando un mensajero llegó. Olivia firmó la orden y se acercó a la puerta de su jefe. Iba a llamar cuando escuchó las voces de sus compañeros.
—El FBI me ha telefoneado. Creen que un asesino en serie se encuentra entre nosotros. Al principio nadie había notado nada, pero un joven policía se dio cuenta de que recientemente habían aparecido gran cantidad de hombres muertos. Analizando sus casos, han descubierto una similitud entre todos ellos. Sin embargo, no queremos que cunda el pánico, por lo que debemos ser discretos.
—¿Un asesino en serie? ¿Aquí?
Si Olivia se alteró con sus palabras no lo demostró. Debería haber entrado, pero algo la detuvo.
—Sí, además creen que podría tratarse de una mujer.
Dennis comenzó a reír a carcajadas.
—Por favor, Jack… ¿Has visto a estos tipos? Ninguna mujer podría hacer algo así.
El oficial O’Connor negó con la cabeza, sabía que Dennis era algo machista, pero había esperado que madurase con el tiempo. Estaba equivocado.
—El mayor error de un policía es subestimar a los posibles culpables. En muchas ocasiones el ingenio prima sobre la fuerza.
Su compañero estaba a punto de responder cuando Olivia entró.
—Lo siento, señor, acaban de llegar los documentos que me pidió —dejando la caja en la mesa se giró hacia los dos hombres—. Si no quiere nada más, me iré a casa.
—Sí, váyase. Nosotros también hemos terminado. Que pase una buena noche.
Tras un gesto de despedida, Olivia salió de la habitación.

Eran las once de la noche cuando una mujer entró en la Taberna de Lyon. Vestía una falda vaquera con una blusa de flores. Su pelo, sujeto en una coleta, dejaba al descubierto una bonita cara con forma de corazón cubierta por unas gafas. No era muy grande y destacaba en aquel lugar repleto de borrachos. Jim no entendía que hacía allí, pero su noche acababa de mejorar. La estúpida de su mujer había huido de nuevo, era el momento de encontrar una sustituta.
—Buenas noches, ¿qué hace una chica como tú en un lugar como este?
Ella levantó su rostro e ignorando su estúpida frase para ligar, lo miró con ojos inocentes.
—Soy nueva en la ciudad y volvía de visitar la escuela en la que voy a trabajar. Quería regresar a casa pero parece que me subí al autobús equivocado —Con una expresión triste se encogió—. Pensé en esperar a un taxi desde aquí.
Jim rio con disimulo, no podía haber encontrado a una chica mejor ni aunque la hubiese buscado. Ahora sólo tenía que conseguir engatusarla.
—Puedes usar mi teléfono, no me importa —dijo al mismo tiempo que sacaba el objeto de sus pantalones y se lo pasaba—. También puedes tomarte una copa de bienvenida conmigo y después te acerco a casa.
—Mi madre me enseñó a no hablar con desconocidos.
—Habrá que solucionar ese problema —Cogiendo su mano galantemente se la besó antes de continuar—. Soy Jim Phillips, ¿su nombre señorita?
—Kate Prescott —respondió ella ruborizándose.
Pasaron los días y Jim Phillips se convirtió en una constante en la vida de Kate, le llevaba flores, le invitaba a cenar… parecía el perfecto príncipe azul. Tras unas pocas semanas de relación le pidió que se mudase con él, cosa que Kate aceptó emocionada. Era un lunes por la noche cuando Jim volvió de trabajar, Kate no había preparado la cena y se encontraba tumbada en el sofá viendo una película. ¿Cómo podía ser tan desagradecida? Enfadado se acercó y la zarandeó cogiéndola del brazo.
—¿Qué es lo que crees que haces?
—Maldita zorra, me mato el día a trabajar y ¿ni quiera puedes tener la cena preparada cuando llego a casa?
—Sólo te pido que me respetes. Estoy cansado y es tu deber cuidar de mÍ cuando regreso.
—¿Por qué tienes que ser tan despistada? Sabes que no quiero hacerlo, pero te mereces un castigo.
—Sabes que te quiero, pero necesitas aprender la lección.
Apenas tuvo tiempo de esquivar su golpe, los recuerdos habían estado punto de aturdirla, lo que habría sido un error fatal. El primer consejo de su entrenador de defensa personal siempre fue que evitase los golpes, que se mantuviese firme hasta que pudiese atacar. Eso es lo que iba a hacer. Esperar hasta el momento perfecto.
—¿Qué haces cariño? ¿Vas a pegarme? No deberías enfadarme, sabes que sólo necesito un golpe.
—¿Estás seguro de eso? ¿Lo piensas porque soy una mujer inocente, verdad? Lástima que cometieras un error conmigo, yo no soy como tu mujer.
—¿Qué sabes de Sarah?
—Lo sé todo, te equivocaste al subestimarme y lo hiciste aún más al decidir poner la mano sobre cualquier mujer —la decepción nublo sus ojos mientras hablaba—. Deseé equivocarme y que fueras diferente, pero no eres más que otro monstruo. Se acabó, Jim.
Jim comenzó a reír, en serio esa mujer de metro sesenta creía que le tenía miedo. Él le enseñaría algo de respeto. No quería herirla, sin embargo, debía aprender la lección. Kate observó todo tipo de emociones en el rostro de él: que pasó desde la ira hasta la determinación. No era la primera vez que veía algo así, por lo que estaba preparada cuando se acercó a ella. Iba a golpearla cuando se apartó consiguiendo que él chocase contra la mesa. Un hilo de sangre comenzó a correr por su mejilla. Ella aprovechó ese momento para golpearle en el cuello. A continuación, con un movimiento perfectamente calculado le rompió la nariz. Estaba cansada así que acercándose a la encimera cogió una de las botellas de cerveza y se la rompió en la cabeza. Jim cayó como un peso muerto. Por un instante Kate sintió remordimientos, pero rápidamente desaparecieron. Hombres como él eran los culpables de que su madre estuviese muerta. Comprobó que no tuviera pulso y volvió al salón, allí sacó un pintalabios de su bolso y escribió en su pecho: “No quería hacerlo, pero merecía una lección”. 
Aquella misma noche Kate eliminó cualquier rastro de la casa del hombre y desapareció. A la mañana siguiente Jack recibió una llamada en la que le informaron de un nuevo asesinato. Estaba a punto de llamar a su secretaria cuando se percató de que su silla estaba vacía.
—Dennis, ¿sabes algo de Olivia?
—No, lleva un par de días sin aparecer. Ya te dije cuando la contrataste que no me gustaba. Después de todo, ¿qué es lo que sabemos de ella?
Esa pregunta hizo que algo en la cabeza del oficial conectase. Una mujer misteriosa, infiltrada en una comisaria al mismo tiempo que una asesina en serie aparecía por la zona.
—Dennis, busca cualquier dato existente sobre Olivia.
El joven comenzó su tarea sin rechistar, a las dos horas se presentó en la oficina de su compañero.
Olivia Scott era una mujer del estado de New Hampshire. Murió hace un año.
—Entonces, ¿quién era nuestra secretaria?
Jamás sabrían la respuesta a esa pregunta.
Olivia, Kate, Blair, Marina, Emily, Prue, Shonda, Lily, Penélope… Brooke había poseído tantas identidades que a veces olvidaba quién era. Sólo allí, en aquel pequeño cementerio se sentía como en casa. Como en otras ocasiones siguió el camino de piedra hasta la lápida situada a la derecha del ciprés. Sacando algo de su bolso, se sentó junto a ella.
—Hola, mamá, he vuelto a hacerlo. Un monstruo menos habita en la tierra. Ojalá pudieses estar aquí conmigo, a veces me siento demasiado sola. Temo que un día me pierda dentro de mis propias mentiras —Una lágrima se deslizó por su mejilla mientras cavaba un pequeño agujero junto a la tumba—. Estoy tan cansada, por muchas mujeres que vengue, jamás podré salvarte.  Al final del día, sigo siendo esa niña que no puede rescatar a su madre. Lo siento mucho —la voz se le rompió mientras apoyaba la frente contra la piedra—.  Fue mi culpa que te quedaras junto a él, espero que me perdones ya que yo no puedo hacerlo.

Mientras hablaba consiguió hacer un hueco lo suficientemente grande como para extraer una caja. Al abrirla, diferentes carnets de identidad fueron apareciendo. Como si de una ofrenda se tratase, introdujo el de Jim Phillips, añadiendo un alma más a la lista. Cada vez que encontraba un hombre con su perfil, se acercaba a él con la esperanza de que hubiese cambiado o que la información que había conseguido fuese falsa. Nunca eran inocentes. Ojalá se pudra en el infierno, pensó al bajar la tapa de la caja. Después volvió a enterrarla y pasó los dedos por el nombre de su madre: Sofía Davis. Había sido una gran mujer a la que arrebataron del mundo demasiado pronto. Era tarde para cambiar el pasado, pero sí de ella dependía, evitaría que más injusticias se cometiesen en el futuro.

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