—¿Por qué tienes que ser tan torpe? Sabes
que no quiero hacerlo, pero te mereces un castigo.
Su madre le había acostado a las ocho. Sin
embargo los gritos de él le habían despertado, era un hecho que ocurría a
menudo. Aunque esta era la primera vez que podía escuchar cristal romperse.
Preocupada se levantó y sujetando un pequeño pisa papeles bajó las escaleras.
Jamás podría olvidar lo que vio. No quería hacer ruido, pero un alarido escapó
de su garganta….
—¡Mamá!
Olivia Fletcher
se levantó sobresaltada, hacía tiempo que los recuerdos habían dejado de
perseguirla en sus pesadillas. Olvidarse de las pastillas para dormir había
sido un error que no podía volver a cometer.
A las diez de la
mañana Olivia se sentó en su escritorio y comenzó a archivar los diferentes
casos del oficial O‘Connor. Mientras trabajaba una mujer entró en la comisaria,
llevaba unas enormes gafas de sol y sostenía a una niña pequeña en su costado.
Parecía alterada cuando se acercó a hablar con su compañero Dennis:
—Por favor,
señor, tiene que ayudarme.
Dennis levantó
la mirada de sus archivos y esperó. Al notar que ella no iba a seguir hablando
preguntó:
—¿En qué puedo
ayudarle?
—Hace un mes
solicité una orden de alejamiento, pero mi marido nos ha encontrado y ha
intentado llevarse a Jenny. Me dijeron que estaría a salvo, quise creerles a
pesar de mis dudas, pero su hoja de papel no ha servido de nada —le dedicó una
mirada desesperada mientras se quitaba las gafas dejando al descubierto un
moratón sobre su ojo—. Va a matarme y ustedes solamente me dan un papel. ¿Cómo
puede protegerme eso?, ¿pretende que se lo arroje a la cara cuando su puño se
acerque? —notando que había elevado su tono, se calmó antes de continuar—. Por
favor, no tengo a dónde ir, ayúdeme.
—No podemos
hacer nada por usted, la próxima vez que vea a su marido, llame a una patrulla.
—Gracias por
nada. Recuerde mi rostro, la próxima vez que lo vea, estaré muerta.
Tras la
conversación, la mujer volvió a colocarse sus gafas y abrazando a su hija
abandonó la comisaria. Olivia la observó
marcharse y después se acercó a su compañero.
—Deberías haber
sido más sensible.
—¿Qué querías
que hiciera? Conoces el protocolo tan bien como yo. Además, no eres más que una
secretaria, ¿cómo te atreves a reprocharme?
Ella ocultó su
odio lo mejor que pudo, tomando una respiración profunda, se calmó y con una
sonrisa falsa cabeceó:
—Está bien. Pues
déjame hacer mi trabajo y entrégame el historial con los datos de la orden de
alejamiento para que pueda rellenar una ficha dejando constancia de la visita
de la mujer.
Sin ni siquiera
dedicarle una mirada, le pasó el archivo y se giró hacia la pantalla de su
ordenador. Olivia regresó a su escritorio y comenzó a observar la denuncia. Cuando
encontró lo que buscaba la cerró y la dejó sobre la mesa. La tarde pasó
rápidamente y sin incidentes, estaba a punto de regresar a casa cuando el
oficial O’Connor decidió llamarla a su despacho.
—Señorita
Fletcher, la oficina central nos ha enviado una serie de casos que pueden
guardar relación para que los investiguemos. ¿Sería tan amable de traérmelos
inmediatamente cuando los reciba?
—Por supuesto,
señor.
No habían pasado
ni treinta minutos cuando un mensajero llegó. Olivia firmó la orden y se acercó
a la puerta de su jefe. Iba a llamar cuando escuchó las voces de sus
compañeros.
—El FBI me ha
telefoneado. Creen que un asesino en serie se encuentra entre nosotros. Al
principio nadie había notado nada, pero un joven policía se dio cuenta de que
recientemente habían aparecido gran cantidad de hombres muertos. Analizando sus
casos, han descubierto una similitud entre todos ellos. Sin embargo, no
queremos que cunda el pánico, por lo que debemos ser discretos.
—¿Un asesino en
serie? ¿Aquí?
Si Olivia se
alteró con sus palabras no lo demostró. Debería haber entrado, pero algo la
detuvo.
—Sí, además
creen que podría tratarse de una mujer.
Dennis comenzó a
reír a carcajadas.
—Por favor,
Jack… ¿Has visto a estos tipos? Ninguna mujer podría hacer algo así.
El oficial
O’Connor negó con la cabeza, sabía que Dennis era algo machista, pero había
esperado que madurase con el tiempo. Estaba equivocado.
—El mayor error
de un policía es subestimar a los posibles culpables. En muchas ocasiones el
ingenio prima sobre la fuerza.
Su compañero
estaba a punto de responder cuando Olivia entró.
—Lo siento,
señor, acaban de llegar los documentos que me pidió —dejando la caja en la mesa
se giró hacia los dos hombres—. Si no quiere nada más, me iré a casa.
—Sí, váyase.
Nosotros también hemos terminado. Que pase una buena noche.
Tras un gesto de
despedida, Olivia salió de la habitación.
Eran las once de
la noche cuando una mujer entró en la Taberna de Lyon. Vestía una falda vaquera
con una blusa de flores. Su pelo, sujeto en una coleta, dejaba al descubierto
una bonita cara con forma de corazón cubierta por unas gafas. No era muy grande
y destacaba en aquel lugar repleto de borrachos. Jim no entendía que hacía
allí, pero su noche acababa de mejorar. La estúpida de su mujer había huido de
nuevo, era el momento de encontrar una sustituta.
—Buenas noches,
¿qué hace una chica como tú en un lugar como este?
Ella levantó su
rostro e ignorando su estúpida frase para ligar, lo miró con ojos inocentes.
—Soy nueva en la
ciudad y volvía de visitar la escuela en la que voy a trabajar. Quería regresar
a casa pero parece que me subí al autobús equivocado —Con una expresión triste
se encogió—. Pensé en esperar a un taxi desde aquí.
Jim rio con
disimulo, no podía haber encontrado a una chica mejor ni aunque la hubiese
buscado. Ahora sólo tenía que conseguir engatusarla.
—Puedes usar mi
teléfono, no me importa —dijo al mismo tiempo que sacaba el objeto de sus
pantalones y se lo pasaba—. También puedes tomarte una copa de bienvenida
conmigo y después te acerco a casa.
—Mi madre me
enseñó a no hablar con desconocidos.
—Habrá que
solucionar ese problema —Cogiendo su mano galantemente se la besó antes de
continuar—. Soy Jim Phillips, ¿su nombre señorita?
—Kate Prescott
—respondió ella ruborizándose.
Pasaron los días
y Jim Phillips se convirtió en una constante en la vida de Kate, le llevaba
flores, le invitaba a cenar… parecía el perfecto príncipe azul. Tras unas pocas
semanas de relación le pidió que se mudase con él, cosa que Kate aceptó
emocionada. Era un lunes por la noche cuando Jim volvió de trabajar, Kate no había
preparado la cena y se encontraba tumbada en el sofá viendo una película. ¿Cómo
podía ser tan desagradecida? Enfadado se acercó y la zarandeó cogiéndola del
brazo.
—¿Qué es lo que
crees que haces?
—Maldita zorra, me mato el día a trabajar y
¿ni quiera puedes tener la cena preparada cuando llego a casa?
—Sólo te pido
que me respetes. Estoy cansado y es tu deber cuidar de mÍ cuando regreso.
—¿Por qué tienes que ser tan despistada?
Sabes que no quiero hacerlo, pero te mereces un castigo.
—Sabes que te
quiero, pero necesitas aprender la lección.
Apenas tuvo
tiempo de esquivar su golpe, los recuerdos habían estado punto de aturdirla, lo
que habría sido un error fatal. El primer consejo de su entrenador de defensa
personal siempre fue que evitase los golpes, que se mantuviese firme hasta que
pudiese atacar. Eso es lo que iba a hacer. Esperar hasta el momento perfecto.
—¿Qué haces
cariño? ¿Vas a pegarme? No deberías enfadarme, sabes que sólo necesito un
golpe.
—¿Estás seguro
de eso? ¿Lo piensas porque soy una mujer inocente, verdad? Lástima que cometieras
un error conmigo, yo no soy como tu mujer.
—¿Qué sabes de
Sarah?
—Lo sé todo, te
equivocaste al subestimarme y lo hiciste aún más al decidir poner la mano sobre
cualquier mujer —la decepción nublo sus ojos mientras hablaba—. Deseé
equivocarme y que fueras diferente, pero no eres más que otro monstruo. Se
acabó, Jim.
Jim comenzó a reír,
en serio esa mujer de metro sesenta creía que le tenía miedo. Él le enseñaría
algo de respeto. No quería herirla, sin embargo, debía aprender la lección. Kate
observó todo tipo de emociones en el rostro de él: que pasó desde la ira hasta la
determinación. No era la primera vez que veía algo así, por lo que estaba preparada
cuando se acercó a ella. Iba a golpearla cuando se apartó consiguiendo que él
chocase contra la mesa. Un hilo de sangre comenzó a correr por su mejilla. Ella
aprovechó ese momento para golpearle en el cuello. A continuación, con un
movimiento perfectamente calculado le rompió la nariz. Estaba cansada así que
acercándose a la encimera cogió una de las botellas de cerveza y se la rompió
en la cabeza. Jim cayó como un peso muerto. Por un instante Kate sintió
remordimientos, pero rápidamente desaparecieron. Hombres como él eran los
culpables de que su madre estuviese muerta. Comprobó que no tuviera pulso y
volvió al salón, allí sacó un pintalabios de su bolso y escribió en su pecho: “No quería hacerlo, pero merecía una lección”.
Aquella misma
noche Kate eliminó cualquier rastro de la casa del hombre y desapareció. A la
mañana siguiente Jack recibió una llamada en la que le informaron de un nuevo
asesinato. Estaba a punto de llamar a su secretaria cuando se percató de que su
silla estaba vacía.
—Dennis, ¿sabes
algo de Olivia?
—No, lleva un
par de días sin aparecer. Ya te dije cuando la contrataste que no me gustaba.
Después de todo, ¿qué es lo que sabemos de ella?
Esa pregunta
hizo que algo en la cabeza del oficial conectase. Una mujer misteriosa,
infiltrada en una comisaria al mismo tiempo que una asesina en serie aparecía
por la zona.
—Dennis, busca
cualquier dato existente sobre Olivia.
El joven comenzó
su tarea sin rechistar, a las dos horas se presentó en la oficina de su
compañero.
Olivia Scott era
una mujer del estado de New Hampshire. Murió hace un año.
—Entonces,
¿quién era nuestra secretaria?
Jamás sabrían la
respuesta a esa pregunta.
Olivia, Kate,
Blair, Marina, Emily, Prue, Shonda, Lily, Penélope… Brooke había poseído tantas
identidades que a veces olvidaba quién era. Sólo allí, en aquel pequeño
cementerio se sentía como en casa. Como en otras ocasiones siguió el camino de
piedra hasta la lápida situada a la derecha del ciprés. Sacando algo de su
bolso, se sentó junto a ella.
—Hola, mamá, he
vuelto a hacerlo. Un monstruo menos habita en la tierra. Ojalá pudieses estar
aquí conmigo, a veces me siento demasiado sola. Temo que un día me pierda dentro
de mis propias mentiras —Una lágrima se deslizó por su mejilla mientras cavaba
un pequeño agujero junto a la tumba—. Estoy tan cansada, por muchas mujeres que
vengue, jamás podré salvarte. Al final
del día, sigo siendo esa niña que no puede rescatar a su madre. Lo siento mucho
—la voz se le rompió mientras apoyaba la frente contra la piedra—. Fue mi culpa que te quedaras junto a él,
espero que me perdones ya que yo no puedo hacerlo.
Mientras hablaba
consiguió hacer un hueco lo suficientemente grande como para extraer una caja.
Al abrirla, diferentes carnets de identidad fueron apareciendo. Como si de una
ofrenda se tratase, introdujo el de Jim Phillips, añadiendo un alma más a la
lista. Cada vez que encontraba un hombre con su perfil, se acercaba a él con la
esperanza de que hubiese cambiado o que la información que había conseguido
fuese falsa. Nunca eran inocentes. Ojalá se pudra en el infierno, pensó al
bajar la tapa de la caja. Después volvió a enterrarla y pasó los dedos por el
nombre de su madre: Sofía Davis. Había sido una gran mujer a la que arrebataron
del mundo demasiado pronto. Era tarde para cambiar el pasado, pero sí de ella
dependía, evitaría que más injusticias se cometiesen en el futuro.