Ella es pasional, activa, empuja a pecar con una
sonrisa. Desprende calor con tan solo una mirada, y hoy por fin, se ha percatado
de mí, nos hemos cruzado y he notado encenderse una pequeña llama. Ahora, me
muero por saber qué se siente cuando todo ese fuego comienza a arder.
17 abr 2016
16 abr 2016
El despertador
Aquella mañana se
despertó tarde, no sabía por qué, pero el despertador no había sonado. A pesar
de todo, eso no fue lo que más le extrañó. Ella siempre se levantaba después
del amanecer, pero su lado estaba frío, se había acostumbrado a levantarse y
ver su melena negra a lo largo de la almohada, así que se sorprendió al no
encontrarla. Tras unos minutos una sensación de malestar comenzó a embargarle,
nunca madrugaba, lo odiaba, así que no lo habría hecho si algo no hubiese
ocurrido. Se levantó rápidamente y se colocó unos vaqueros mientras buscaba su teléfono
móvil para llamarla, fue en ese instante cuando vio el mensaje:
“Lo intenté, pero he
perdido. Encontrarás respuestas en el cajón de la mesita de noche. Lo siento,
S.”
No sé si fue porque acababa de despertarse y sus
sentidos aún se encontraban algo dormidos, la cuestión es que no comprendió su
mensaje. Era demasiado críptico, ¿qué era lo que sentía? Y ¿qué respuestas
podría encontrar en un cajón? Ignorando sus palabras trató de llamarla, pero
sólo le respondió su buzón de voz. El malestar que había sentido cuando se
levantó comenzó a aumentar, necesitaba respuestas pero únicamente obtenía
preguntas. Mientras se acercaba a su mesita
de noche un escalofrío le recorrió. Sabía que algo iba definitivamente mal
cuando vio el sobre. Estaba perfectamente colocado en el centro del cajón, su
color blanco contrastaba con el marrón de la madera. En él sólo había una
palabra, su nombre, dudar de su procedencia sería imposible, ya que conocía a
la perfección las manos que escribían con esa caligrafía torcida. Pero, ¿por
qué una carta? No era su aniversario, ni había ocurrido ningún suceso especial
y Sofía no era una persona muy detallista. La curiosidad lo mataba pero era
incapaz de coger el sobre, solamente lo miraba desde la distancia, y en el fondo
sabía por qué, el miedo lo embargaba, tenía la certeza de que sus palabras no
traerían nada bueno, por eso estaba retrasando el momento. Tomando un respiro se
estiró y cogió la enigmática carta entre sus manos, estaba a punto de abrirla
cuando alguien llamó al timbre. Se apuró pensando que sería Sofía, sin embargo sus
esperanzas murieron cuando dos hombres uniformados y con miradas sombrías le
recibieron al otro lado de la puerta.
—Señor Sanders, lamento decirle esto. Pero hemos
encontrado el cuerpo de Sofía flotando en la playa. Cuando fue localizada ya
era demasiado tarde…
Sabía que el agente trató de darle explicaciones
pero no fue capaz de escuchar nada. Sus rodillas cedieron al mismo tiempo que
las lágrimas caían por sus mejillas.
¿Muerta? No, tenía que ser un error, Sofía no estaba muerta, sólo había
salido y regresaría en cualquier momento. Esto era solo una broma de muy mal
gusto, no podía ser… Mientras entraba en shock, los hombres lo colocaron en el
sofá y le dieron instrucciones sobre el hospital en el que se encontraba.
También le dejaron una tarjeta para que
pudiese llamarlos e informarse acerca de la investigación por la muerte de
su pareja. Tras miradas de disculpa y unas pocas palabras de consuelo lo dejaron
solo, en la que hasta hace un momento, había sido la casa en la que comenzaría
una familia con su prometida. Se secó las lágrimas y se dirigió al dormitorio,
cuando se sentó en la cama, sus manos rozaron el sobre. Su carta, su respuesta.
No había dicho nada a los agentes, pero temía que una investigación no sería
necesaria. Si hubiesen asesinado a Sofía, ¿por qué tenía este sobre? ¿Por qué habría
desaparecido ella por la mañana sin avisar?...
Sus palabras, tan pulcramente ordenadas a lo largo
de la página, desencadenaron otra ola de lágrimas, y él tuvo que esperar unos
minutos antes de comenzar a leer:
“Querido
Sebastián, lo siento.
Si estás leyendo
esto, significa que he perdido la batalla. Te prometo que traté de vencer, de
adiestrar a mis demonios para ti, pero fue inútil. No sabes de qué estoy
hablando, pero hay secretos que no te puedo contar. La Sofía que conociste sólo
era una parte de mí, la no rota. Tú, sin saberlo, diste vida a una mujer que
pensé que había muerto hace mucho tiempo, la despertaste poco a poco. Sin
embargo, existía otra, una fracción de mí nunca se alejó del dolor. Me enamoré
de ti, nunca dudes eso, y es por eso que me niego a arrastrarte a mi infierno.
Pensé que podía superarlo, pero eso es lo malo de los fantasmas. Te hacen creer
que se han ido pero aparecen cuando menos te lo esperas.
Has sido lo
mejor que me ha pasado nunca, pero nuestra historia debe llegar a su fin. Me
diste una vida maravillosa, más de lo que pensé que podría experimentar. Pero,
ha llegado mi momento. No puedo huir para siempre, los errores cometidos por mi
familia morirán conmigo. No van a condenar a nadie más. Puede que ahora me
odies, sé que no soportas no comprenderlo todo y que no te estoy dando ninguna
razón entre mis palabras. Sin embargo
vas a tener que confiar en mí. Me voy al mar por última vez, para perderme en
sus olas, para dejarme llevar, para ser libre...
No tengo el
derecho de pedirte nada, pero voy a hacerlo de todas formas. Sé feliz Sebastián.
Cuando estés preparado, sal de casa y conoce a tu chica perfecta, a alguien que
te quiera y pueda mostrarte todo sin miedo a las consecuencias.
Estaré
cuidándote desde el cielo.
Te quiere hoy y
siempre, Sofía”
Sus palabras lo sorprendieron, destrozaron y
enfadaron. Siempre supo que ocultaba algo, pero nunca imaginó que sufriese
tanto. Se sintió un idiota al pensar que ella era feliz. Tras dejar caer la carta entre sus dedos, miró
su lado de la cama, esperando que todo fuese una pesadilla y que ella se
encontrará allí, acostada. Sin embargo, no pasó nada, mientras asimilaba su
muerte se preguntó si algo habría sido diferente si el despertador hubiese
sonado aquella mañana.
7 abr 2016
Emociones en duelo
Paseos a medianoche causados por el insomnio, mañanas de domingo iniciadas con desayunos en la cama. Amaneceres efímeros olvidados en un beso, recuerdos de un nosotros que se perdió entre la niebla. ¿Por qué no puedes regresar? Por favor, ven y abre la puerta. Sácame de estas cuatro paredes, devuélveme las ganas de vivir porque hace tiempo que ya no me quedan.
¿Dónde estás? ¿Puedes oírme? ¿Me recuerdas? Aquella tarde, cuando el médico dijo que nos quedaban solo seis meses, nunca pensé que el tiempo fuese a desaparecer sin apenas darnos cuenta. Te fuiste y ahora ya no regresas, ya no vuelves enfadado del trabajo y me cuentas tus problemas durante la cena, ya no vamos a pasear al parque, ni a pisar charcos en las aceras. Necesito que vuelvas, pero estás preso, ambos condenados por una losa de piedra. Hoy, está lloviendo, y mirando a la calle sólo puedo pensar ¿por qué no regresas?
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