12 dic 2016

Recuerdos entre los escombros

Era febrero de 2016 y había conseguido graduarme en Periodismo hacía cinco meses. Sin embargo, como le ocurre a mucha gente, había empezado a dudar sobre si mi elección había sido la correcta. Me gustaba escribir, pero hacía tiempo que ningún tema conseguía llamar mi atención. Sabía que tenía suerte por tener un trabajo, pero mis reportajes como freelance se me antojaban vacíos y carentes de vida. Yo quería escribir sobre algo que obligase a mis lectores a fijar su atención entre las páginas, buscaba algo desconocido, algo que impactase, que conmoviese, que llamase la atención… Pero estaba muy lejos de encontrarlo. Puede que, quizá por eso, decidiese caminar aquella tarde de febrero para despejar mis pensamientos y desconectar del sentimiento de fracaso que me inundaba.
Paseaba por Madrid y mis pies me condujeron hasta Ciudad Universitaria, allí encontré un banco de piedra cerca de la Facultad de Ciencias de la Información y me senté a observar a aquellos que pasaban frente a mis ojos. Algunos mostraban ilusión, otros desgana, en los ojos de unos cuantos pude ver los efectos de una noche de fiesta que ahora pasaba factura… A pesar de todo, por lo menos tenían algo que hacer con su vida mientras que la mía se encontraba en punto muerto. Enfadada con mi situación me levanté y bajando las escaleras que tenía a mi izquierda caminé y me senté junto al muro de la facultad. Una vez allí me perdí en mis pensamientos, la autocompasión estaba comenzando a hacer mella en mí cuando unos agujeros en la pared llamaron mi atención, en parte, porque no tenía ni idea de cómo habían llegado allí. Sí, antes de que lo digáis, la verdad es que no poseía amplios conocimientos del lugar en el que me encontraba. Bueno, volviendo a mi historia, no conocía su procedencia, pero algo me decía que escondían algo importante por lo que a pesar de alguna mirada extraña de los estudiantes comencé a fotografiar minuciosamente aquel muro. Mientras me movía, una roca incrustada despertó mi curiosidad ya que parecía no encajar en ese lugar. Agachándome la moví y, para mi sorpresa, ésta se desprendió. Bajo ella encontré una pequeña cartera de cuero, estaba desgastada, como si hubiese permanecido escondida durante demasiado tiempo. Podría haber dejado el objeto en su lugar, sin embargo, lo guardé cuidadosamente en mi bolso y decidí regresar a casa. No sabía qué podía haber en su interior, pero algo me decía que por fin había encontrado mi historia.

Decidí regresar en metro, muchos dirían que era un agobio, pero a mí me encantaba. Era uno de los medios de transporte donde podía sentarme e imaginar la vida de las personas, ocupaba uno de mis puestos favoritos justo por debajo de las estaciones de tren o los aeropuertos. Mi compañera de piso decía que tenía alma de escritora, pero pienso que se equivocaba. A todos nos gusta imaginar la vida de los demás, es uno de los escapes más sencillos cuando quieres huir de tus propios pensamientos. En esta ocasión no necesité observar a nadie, mi mente se encontraba concentrada en el objeto que había recuperado. ¿Qué podría ser? Sin lugar a dudas, quien lo ocultó, no quería que fuese descubierto. Quizá había hallado el mapa de un tesoro, sería como Jack Sparrow por la capital, solo que en una versión más femenina y menos alcohólica que el famoso personaje. Esa idea me hizo reír lo que provocó miradas molestas en mi dirección por parte de los otros pasajeros. Algo avergonzada pero completamente ilusionada, decidí guardar mis divagaciones hasta que me encontrase sola en la comodidad de mi habitación.  
Dicen que el tiempo siempre pasa más despacio cuando deseas que se adelante, puede que por eso el viaje de veinte minutos que conducía hasta mi hogar, me parecieran horas. Cuando llegué a casa, la suerte tampoco estuvo de mi parte, mi compañera de piso, Nora, decidió que su deber era sacarme de fiesta porque estaba comenzando a convertirme en una viejoven. Si se tratase de cualquier otra persona, habría intentado resistirme, pero Nora siempre conseguía lo que quería, así que me evité el debate innecesario. Tras colocarme mis vaqueros y camiseta favoritos, me puse unas botas, un poco de maquillaje y la seguí hasta la puerta. En menos de unas horas estaba sentada en una barra con un Gin Tonic en la mano. No me malinterpretéis, no es que sea una chica asocial o aburrida, lo que ocurre es que mi idea de una gran noche guarda más relación con un buen libro que con música elevada y personas  ebrias. A pesar de todo, me divertí, nadie era capaz de aburrirse con Nora.
Tuvieron que pasar tres días hasta que por fin tuve tiempo de abrir la cartera, había estado ocupada cubriendo una noticia y no habría podido centrarme bien en mi descubrimiento, por lo que decidí esperar. Sin embargo, había llegado el momento de saber la verdad, deslizando la cinta que la mantenía cerrada, observé su interior. En ella se encontraba una vieja foto desgastada de una mujer joven. La imagen estaba doblada por gran cantidad de lugares y el rostro de la muchacha se hallaba desgastado, como si alguien lo hubiese acariciado demasiadas veces. La chica era bonita, en la imagen sonreía a la cámara con una expresión de paz que se contagiaba al observarla. Su vestido, sencillo, cubría un vientre redondeado que protegía con sus manos. No pude evitar devolver la sonrisa a la fotografía, junto a ella, había un par de hojas arrugadas. Estaban escritas a mano, pero la caligrafía del dueño de aquellas cartas era tan bella que, a pesar del tiempo, era posible reconocer cada palabra. Por unos instantes dudé sobre si leer el contenido de aquel papel, parecía algo personal. Sin embargo, mi personalidad curiosa venció a mi recelo. La primera decía: 


Una lágrima se deslizó por mi mejilla mientras leía aquellas palabras, que no iban dirigidas hacia mí, pero que hicieron mella del mismo modo. Conocía la Guerra Civil, por supuesto, pero no sabía todo lo que había ocurrido en la Ciudad Universitaria. Lo investigaría más tarde, por ahora sólo podía preguntarme qué habría sido de aquel hombre. ¿Llegaría a reunirse con su familia? O por el contrario, ¿pereció entre las ruinas? Si fue así, ¿conocería su mujer su destino? ¿O se vio obligada a vivir con las dudas? Mientras dialogaba conmigo misma, me di cuenta de dos cosas: la primera era que aún me quedaba una segunda carta y la segunda que creía haber encontrado mi vocación. Cuando resolviese este misterio, investigaría sobre aquellos héroes del pueblo que nacieron en la época equivocada, rescataría sus historias para que no cayesen en el olvido. Les devolvería la vida.
La segunda carta me devastó aún más que la primera:



No enseñé a  Nora mi hallazgo, lo cual fue algo raro en mí. Sin embargo, consideraba el secreto de Marcos algo personal. Sentía que el destino me condujo hasta la facultad para que descubriese sus palabras, para que evitase que se perdiesen para siempre. Debía investigar qué fue de él, pero antes quise conocer más sobre la guerra que se llevó a cabo en Ciudad Universitaria. Descubrí que en 1932 comenzaron a construirse las diferentes facultades a partir de unos bocetos creados en 1928. La primera Facultad que nació fue la de Filosofía y Letras, sin embargo, debido al estallido de la guerra el 18 de julio de 1936, las obras se detuvieron. Ciudad Universitaria se convirtió en uno de los focos de la guerra, el frente que dividía a los bandos tan sólo fue de 50 metros, perteneciendo las ruinas del Hospital Clínico, el Instituto de la Higiene, las residencias universitarias, la Casa de Velázquez y el palacete de Moncloa entre otros, al bando franquista y los inicios de las facultades de Medicina, Farmacia, Odontología, Ciencias y Letras a los Republicanos. La segunda carta estaba fechada el día 3 de febrero de 1939 y el frente de Ciudad Universitaria cayó el 28 de marzo de ese mismo año, esperaba que Marcos hubiese sobrevivido.
Después de mi trabajo de investigación, recordé aquellos agujeros que me habían empujado a todo esto, ahora sabía que eran consecuencia de las balas. Me pregunté si los estudiantes que se paseaban en la actualidad por las diferentes facultades conocían su pasado o si al igual que yo, permanecían ignorantes a todo lo que se ocultaba entre aquellas carreteras y edificios. ¿Pensaría alguien en la cantidad de vidas que se perdieron en ese lugar mientras caminaban medio dormidos y con un café en la mano a sus clases? ¿Y qué hay de los supervivientes? ¿Alguno regresaría para recordar su pasado? ¿Podrían oír el sonido de las balas, las explosiones y los gritos si lo hicieran? O por otro lado ¿Igual preferirían alejarse y no regresar a ese lugar, palacio de sus pesadillas, nunca más? Cada vez tenía más preguntas por lo que tomé la decisión de detenerme y empezar a buscar algunas respuestas.
Busqué en las víctimas de la Guerra Civil, el portal de archivos nacionales en red fue de gran ayuda. Sin embargo, después de unas horas me di por vencida, aunque encontrase un Marcos, ¿cómo sabría que era el hombre de mi carta? Ni siquiera tenía un apellido. Mi siguiente paso fue tratar de averiguar el paradero de Amelia. Utilizando algunos contactos traté de encontrar a una mujer con ese mismo nombre que hubiese tenido un hijo entre 1937 y 1938. Pasé semanas tratando de encontrar alguna pista, las semanas se convirtieron en meses pero nada funcionaba. Exploré en listines telefónicos, pero parecía como si Amelia y Marcos nunca hubiesen existido. A veces me obligaba a mirar aquellas cartas y la fotografía, acariciando el rostro de la mujer para recordarme a mí misma que no estaba loca.
Una noche, la idea perfecta vino a mi mente. Tras mucha insistencia por mi parte, conseguí que un periódico nacional publicase una pequeña noticia y el inicio de la primera carta. El titular decía ¿Eres tú mi Amelia?, en el anuncio me presentaba y contaba una pequeña parte de mis descubrimientos. Esperaba que alguien conociese a la pareja o que alguno de los protagonistas de la historia se pusiese en contacto conmigo. A los tres meses sin ninguna respuesta perdí la esperanza, seguía mirando la carta pero cada vez lamentaba más no haber podido saber la verdad.
Era  jueves por la mañana cuando un número que no conocía me llamó, al responder la voz de un hombre me recibió:
—¿Es usted la señorita Olivia Rodríguez? —preguntó.
Así empezó el inicio de mi nueva vida. La voz correspondía a Alejandro Fernández, el hijo de Amelia y Marcos. Él me puso en contacto con su madre, una mujer mayor que, aunque fuese años tarde, pudo reconciliarse con su pasado. Nadie sabe qué fue de Marcos, pero al menos sus seres queridos conocieron sus últimas palabras. Su historia me condujo a querer investigar más casos como los suyos. Recuerdos entre los escombros fue el primer trabajo del que me sentí realmente orgullosa, me di cuenta de que una nueva yo había comenzado a florecer. Al final fui capaz de ver lo equivocada que había estado al pensar que era demasiado difícil encontrar información que mereciese la pena relatar. Con el tiempo, descubrí que todos los lugares no sólo se forman de historia, sino también de historias y que si eres lo suficientemente valiente como para arriesgarte a descubrirlas, puedes encontrar cosas maravillosas.